22 de abril de 2010, 2:24 a.m
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Apenas hace tres días me descubrí como alguien que no pertenece a esta realidad, un autista, un desadaptado, quizá me parezca más a un demente. No es la primera vez que pienso ser un loco, la primera vez yo no lo pensaba, pero todos mis amigos me lo repetían tan a menudo que terminaron convenciéndome y me acepté como uno, pero era una locura que permitía mi interacción con los demás, en cambio ésta, me escinde de la gente.
Todavía no sé bien qué fue lo que pasó, de repente mis ojos vieron una luz tan intensa que seguro me cegó, después sentí que mi pecho se esforzaba por jalar aire y mi corazón latía frenético, sentía las sienes explotar. Luego, recuerdo que grité un nombre y nada más.
Ahora ya esas molestias se calmaron, creo que ni siquiera necesito respirar, pero a cambio me duelen otras cosas. Siento que me duele la memoria, bueno, los recuerdos. Me duele acordarme del café, sobre todo del veracruzano. También los libros que he leído se me hacen que torturan, recordar Rayuela, La insoportable levedad del ser, El Quijote, y las antologías de poemas amorosos. Mirar mi computadora y saber, muy en el fondo, que tiene una gemela, es otra cosa que lastima. Las plantas de los pies, las suelas de zapatos recuerdan a los bailes y lo mismo, atraen el sufrimiento. Todas las cosas que tuvieran que ver con danza, curiosamente, esas me duelen y me hacen dar puñetazos de rabia, aunque por motivos diferentes que sin embargo no sé nombrar.
Rememorar mi etapa universitaria es agridulce, admito que no es tan malo, pero a la luz de los años, hay espinas que me sangran, pero eso sólo aplica para mi espacio, mi facultad, las bibliotecas. Otras partes de la institución las maldigo por malos escenarios, casi podría decir que aborrezco gran parte de la cultura, o de sus edificios.
Los labios están secos, hoy los tuve completamente partidos. Ya no es agradable pensar en las playas, menos si son de Jalisco. He llegado a mi cuarto y por algún motivo también me lastimó al abrir la puerta, no sé qué habrá sido porque repito que estoy ciego.
En algún instante pensé estar muerto, pero sentir es definitivo del vivir. Aunque, ni respire, ni vea, ni huela, ni hable; a pesar de ello sé que no estoy muerto.
Y quisiera saber el porqué de todos estos cambios, y todas mis conclusiones me llevan al nombre último que grité, pero no sé cuál fue. Sé que lo dije en voz alta y al acordarme es como un taladro en el centro del torso, es la cosa más terrible que pueda uno imaginar, pero ¡oh masoquista de mí! disfruto ese dolor como la cosa más preciosa que tengo, es un martirio placentero.
Quisiera decir que sé exactamente lo que me pasa, pero no poseo tales dones intelectuales. Insisto en que no estoy muerto, aunque sí siento me han robado más de media vida, las fuerzas. Ando por las calles porque mi cuerpo me lleva, pero la mente está en otro lado.
He pensado que el estar ciego me hace percibir diferente las cosas, y puede ser. Sin embargo estoy casi seguro de que no fue eso la causa sino una consecuencia, una de tantas. Y lo digo en serio, me han robado la vida porque como los recuerdos duelen, no me puedo acercar a una cafetería o un teatro, una librería, una biblioteca, un salón de baile, una cámara fotográfica, todo eso me da malestar. Es una enfermedad extraña y constante. Poco a poco merma mis fuerzas.
Por hoy he logrado sobrevivir, es el tercer día que me siento así, ya voy solo por las calles, me he abandonado. Soy un abandomuerto, ojalá un día descubra qué pasó. En ocasiones quisiera recuperar la vista por lo menos, pero si ha de ser para seguir sufriendo los recuerdos pero a todo color, y es cuando lo reconsidero.
Al final, supongo que no es tan malo, dicen que a todo se acostumbra uno. Mientras, creo que seguiré confesando mi amor amargo dulce por el nombre gritado y quiero saber qué significa. Hey, recuerdo algo más que me duele: una sonrisa.
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