Conocido por todos es que la cantidad de recursos disponibles en el planeta, sean alimentarios, energéticos, minerales, cada vez se consumen más a prisa y llegará el día en que no sean suficientes. Ello se debe, sobre todo, a la sobreexplotación de dichos materiales por parte del ser humano.
Aunque se tiene la certeza de que el homo sapiens sapiens es el único ser con capacidad de razonar de entre todos los que habitamos este mundo (o por lo menos es lo que él miso dice, quizá para justificar muchas atrocidades), parece que no le basta con la repetición de la subespecie y se esmera por confirmar lo contrario. Al hombre se le dijo “multiplicaos” pero nunca se le especificó un límite, y en el abuso del libre albedrío, al grado de pensar que somos dueños de todo lo que hay a nuestro alrededor, nos hemos multiplicado más allá de lo que este generoso cuerpo celeste nos puede brindar.
Las regiones más hostiles del globo no escapan a la huella del hombre. Cada vez somos más y parece no haber método para el control de la natalidad, ni la abstinencia, ni la información, ni el uso del preservativo u otros métodos anticonceptivos, vaya, ni siquiera el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, que se considera la epidemia del siglo XX (y ya de lo que llevamos del XXI).
Las leyes naturales han logrado ser modificadas aunque no olvidadas. La medicina, la farmacología, la industria alimentaria han contribuido a retardar una de las fundamentales, aquella que preservaba cierto equilibrio en beneficio del ecosistema aunque no de la especie: la ley de la muerte.
Mediante el mejor conocimiento del cuerpo y sus funciones, se ha logrado aumentar en cantidades sorprendentes, la esperanza de vida del hombre hasta, más o menos, setenta y cinco años per cápita, lo cual, si lo vemos desde nuestra conveniencia (como acostumbramos) es magnífico. Sin embargo no nos ponemos a pensar (y es que a quien le interesa) que al vivir más tiempo, consumimos más, contaminamos más y no dejamos que haya cambio de ciclos sino que nos amarramos a la vida hasta las últimas consecuencias, no obstante las penurias de una vida demasiado longeva.
Pero tampoco hay que alarmarnos tanto, al parecer la Tierra siempre tendrá un as bajo la manga. Ha desarrollado mecanismos para hacer cumplir su ley y no hay quien logre escapar todavía del destino final. Recursos como la enfermedad, el hambre, la guerra parecen ser los más efectivos.
Particularmente en México, es de notar que hay gente fiel a los designios del planeta y se esfuerza por echarle una mano en la consecución de los mismos, no obstante que el tirano gobierno quiera frenarlos por no comprenderlos, ellos están decididos a reestablecer el equilibrio y lo harán a toda costa.
No se piense mal, que no hablo de los narcotraficantes que envenenan a las personas y las matan lentamente, no, esos son sádicos que disfrutan con el sufrimiento ajeno. Hablo de aquellos misericordiosos que viven para ver que otros no lo hagan más, con el objetivo de contrarrestar la sobrepoblación que sufre el mundo: los sicarios.
Hemos de aceptarlo, los matones han vuelto vigente la ley natural de la muerte con la diferencia de que ellos llegan de forma más intempestiva. Son ayudantes, pues, de Natura en la tarea de revivir al planeta, todavía no comprendo entonces porque tanto se les persigue.
Mediante un fusil de asalto, rifles AK-47, ametralladoras o armas de otro tipo van por la vida garantizando la pronta despedida de este mundo cruel. No es importante que no haya solicitud expedita de muerte, en ocasiones hay promociones de grupo. Por supuesto que las balas perdidas son cortesía de la casa.
La violencia los engendra y los capos los hacen su mano ejecutora (al menos algo debía aprenderles el poder Ejecutivo de la nación, ellos sí hacen honor al nombre) sea para suprimir la competencia, para vigilar territorios, extorsionar, o dar lecciones que seguro no se olvidarán.
El país se ha vuelto una cuna de agresiones deliberadas y cotidianas. ¿Cómo es posible que estemos tan acostumbrados a escuchar de asesinatos en Cd. Juárez? que el día que no hay, nos resulta preocupante. ¿Cómo no nos sorprende que estudiantes valiosos de una institución educativa sean acribillados en el estacionamiento de su escuela? ¿Qué pasa cuando en un evento público en Michoacán estalla una granada de fragmentación y nadie sabe quién la lanzó? ¿Cómo somos capaces de ver todos los días que los periódicos de la nota roja encuentran material de sobra?
La última de estas noticias que me impactó fue la de ayer en Acapulco: la muerte de siete personas provocada por sicarios que perseguían a dos hombres. Hubo, por supuesto, tiroteo indiscriminado, que dejó muertos a los dos blancos y a un policía federal, además de una mujer y dos niños, uno murió en el tiroteo y una niña con heridas en el tórax y la cabeza, fallecida en el hospital.
También escuchamos de las agresiones a los consulados de Estados Unidos, uno con decesos y el otro, afortunadamente, sólo el susto. Hechos que provocaron la presencia de altos mandos del gabinete estadounidense, casi como una suerte de regaño para el gobierno mexicano.
Todos sabemos a razón de qué se desató esta serie de acontecimientos. Y la causa fue la participación del ejército en la lucha en contra del narcotráfico, que ahora comienza a dejar mayor participación a la Policía Federal.
Pero a los ciudadanos les da igual si ejército o si policía. Mientras el secretario Gómez Mont dice que son reacciones para calentar las plazas. Será tal vez porque a él no le han matado un hijo, o porque él no comete la extrema estupidez de revelar su domicilio como sí lo hicieron con la familia del marino caído en el operativo donde murió “el jefe de jefes”, con las sabidas consecuencias.
Es cierto que la lucha pinta para ser cruel, con bajas numerosas de ambos lados, pero al final, los que quedan en medio, la carne de cañón somos los ciudadanos que cada día salimos con mayor temor a la calle, con la certeza en aumento de que quizá el próximo seré yo. Porque las calles son una ruleta rusa en la que cada día estamos más cerca de esa bala única, y ya lo dije, ni siquiera necesitamos ser el objetivo, sencillamente podemos ser un efecto colateral.
No creo que se trate de apoyar o no la estrategia del presidente Felipe Calderón en contra del crimen organizado, sino de tener una leve sensación de que la seguridad mejora, porque a este paso la paranoia colectiva se transformará en pánico y sabido es que el pánico se esparce en un segundo. Y una sociedad con pánico se transforma en una horda, de la que más vale sólo imaginar lo que podría hacer. El terror hace estúpida a la gente, a la masa y eso es incontrolable.
Lo más terrible sería entonces qué haría el gobierno ¿enviar también al ejército? No se puede esperar que el ejército sea la solución todas las veces, sin olvidar que el uso del ejército es para situaciones extremas. Pero aún con esta preocupación, es claro que los altos funcionarios no tomarán en cuenta el sentir de un simple ciudadano, de modo que lo único visible a corto plazo es soportar el terror y tratar de continuar con la esperanza de que la bala no se dispare.
El miedo y el riesgo siempre estarán, pero no me resigno a vivir en un país donde si no te asaltan, te secuestran, te extorsionan o te matan y nadie se queja. Yo tengo tanto temor como el que más, y hoy me atrevo a decir que no se puede vivir tratando sólo de sobrevivir.
Ya basta. Lo digo con rabia, con coraje y con la impotencia de querer hacer de este un país mejor y mirar como cada vez se desmorona más y más. No me importan los narcos, ni el ejército, ni siquiera los sicarios, simplemente ya no quiero entrar a casa sintiendo en las suelas de mis zapatos el pegajoso bermellón de la sangre que no deja de correr.
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