20 abril 2010

Errare Humanum Est (Too late!)


La frase del día, según la galleta de la suerte que recibí como regalo en un buffete chino (curiosa paradoja gastronómica e idiomática), más específicamente, de comida china, ubicado en la calle de 16 de septiembre, a un costado del Sanborn´s de los azulejos, es al respecto de las relaciones humanas, o más bien, de la transgresión de dichas relaciones.

La papeleta decía: De las infidelidades. Las mujeres las perdonan pero nunca las olvidan, y los hombres las olvidan, pero jamás las perdonan. Vaya con las verdades universales de esa filosofía rica que surge de la sapiencia de los abuelos, que se ha forjado sólo a base de experiencia, del valor que dan las canas y el respeto que entregan las arrugas.

Será por eso que recordé una historia que algún taxista de la bien odiada – mal amada ciudad de México (dudo un momento en la grafía que ha de llevar ‘ciudad’ puesto que la discusión no ha llegado a buen fin en la Academia Mexicana de la Lengua, pero haré caso de lo que dice el Dr. Vicente Quirarte y la dejo con minúscula) me contó en uno de esos viajes en que apurado debía llegar a tocar en una fiesta.

Casi puedo recordar al hombre, moreno, de cabello entrecano y arrugas que denotaban su carrera en la vida. Sobre el labio el infaltable mostacho y en las pupilas un dejo de melancolía de esa que se detecta cuando la vista se pierde sin rumbo queriéndose esconder junto con el sol, allá en lontananza. El tránsito no era tan pesado quizá por el día, o la hora, quizá suerte y nada más. Yo iba apurado con el celular para enviar un mensaje que avisara de mi llegada al salón donde habíamos de trabajar.

Apenas lo envié, el hombre me miró por el retrovisor y haciendo un comentario sobre mi chamarra comenzó la charla que en principio no superaba lo protocolario y el afán de amenizar el trayecto. Y llegamos a la cuestión de los amores cuando ya estábamos en Insurgentes y San Fernando.

―Y qué joven ¿ya está casado?
Admito que la pregunta me tomó por sorpresa pues esperaba cualquier otra pero esa específica, la verdad no. Supongo se habrá notado mi desconcierto, en la sonrisa nerviosa o en mi cruce de manos.

―No me lo vaya a tomar a mal, lo que pasa es que ahora como que a los chavos les urge juntarse. Se les queman las habas o algo les pasa. De repente nomás le dicen a uno que ya se quieren casar y todavía ni limpiarse los mocos saben. Como mi sobrino ...

Y el señor me contaba de varios sobrinos, primos o hijos de amigos que más jóvenes que yo ya tenían una pareja e incluso hijos. Recordé a un par de primos que tienen la misma edad que yo y confirmé la premisa que el señor había hecho: ellos tienen ya familia y trabajan, aunque para ello tuvieron que dejar la escuela o quizá fue porque ya desaban dejarla que tomaron la decisión, quién lo sabe.

Seguía yo en aquél pensamiento cuando noté por el retrovisor del taxi un brillo titilante en los ojos del taxista. Él también lo notó y se limpió con la manga del suéter rápidamente. Después, agachó la mirada para que no pudiera ser observado.

―Ah es que me acuerdo de cuando yo me casé joven, por eso se me suelta la lágrima.

Me quedé pensando qué le pudo causar tal impresión y quizá sin mucho tacto pero ahíto de curiosidad le pregunté si acaso era viudo, lo que para mi sorpresa le provocó una carcajada.

―No, para nada, fue otra cosa ―al verme guardar silencio adivinó que yo quería saber más―. Verá, digamos que me cayo en una movida.

Supongo que las palabras no requieren mayor explicación para entender el sentido. Yo me hice cómplice en ese momento con él quizá por solidaridad y atiné únicamente a decir ‘lo siento mucho’,

―No, más lo sintió ella ―y volvió a reírse, creo que le servía de catarsis―. Yo trabajaba de fino en el sitio de Revolución y Av. de la Paz, ahí por San Ángel y casi siempre me quedaba toda la noche porque se cobra mejor y como ahí están los antros, pues me iba bien, más los viernes y sábados ―yo, escuchaba atento, a él y a que llegábamos al Restaurante Arroyo― y llegaba a mi casa después que amanecía y mi mujer, pues ya se había parado para darle de desayunar a mis chamacos para que salieran a la escuela y ya no la veía en todo el día.

Entendía esa parte de la historia porque es una constante en muchas casa mexicanas, el trabajo se supedita a la vida familiar, lo cual tiene consecuencias no del todo agradables.

―Yo me partía el lomo pa’ darles todo, pero nomás los veía como en hotel y se me hizo fácil ver si pegaba con la ‘güera’, una doña que a veces daba las salidas ahí en el sitio. De repente ya estaba más ocupado por echarme a la güera que por chambearle, la verdad no sé todavía por qué lo hice, a lo mejor porque ya no tenía nada con mi esposa, ¿quién sabe?

―Bueno, pa’ no hacérsela larga, mi mujer empezó a reclamarme que llegaba más tarde que antes y que ya faltaban cosas en la casa. Peleamos, nos gritamos y en la noche me fue a buscar al sitio, le dijeron que andaba con pasaje, pero cuando ya se iba vio las placas del carro por las luces de una gasolinería que está allí y lo demás pa’ qué se lo cuento, ya sabe.

Yo no sabía que decirle, por un lado entendía lo que me contaba pues creo que uno se harta al final de la rutina, de siempre hacer lo mismo, de que a veces la lucha diaria aprece no tener un fin claro, aunado a una filiodatría en la que los padres viven nada más para los hijos y su relación como pareja se hunde en una suerte de indiferencia mutua, como pacto de sacrificio, a cambio de la bendición de ser padres. Por otro, no justifico la infidelidad una vez que ya se ha formado un núcleo familiar con alguien, pero al final aquella no era una historia para juzgarse, ni yo era un buen juez, me parece que mi papel se reducía más a ser un buen escucha. Llegamos al monumento al Caminero y le indiqué que continuara por la libre.

―Por eso le preguntaba joven, no la riegue como le hice yo. Si ya tiene una mujer que lo quiera, que lo trate bien, que le jale las orejas de repente, quédese con ella, hágame caso. Yo me he dado cuenta ahora que ya no vivo con ella que esto de hacerle la lucha nomás para uno mismo está rete jodido. Antes, aunque sea pues le echaba ganas pa’ que a mis hijos no les faltara nada, pero ora míreme. Vivo solo en un cuartito ahí que renté, no veo a mis chamacos casi, y mi vieja, pues esa ya ni me dirige la palabra, y nomás por andar de cabrón. Me cae que sí la regué y gacho.

Era una escena particular, pues tenía frente a mi a uno de esos machos bien bragados que, contrario a la creencia popular, lloraba y por una mujer que se veía le dolía en el alma, ahí donde los dolores son más intensos y mucho más duraderos.

―Perdí a mis hijos, y una esposa que lo que sea de cada quien, siempre estaba bien al tiro, con la comida, con la casa, con los chavos. Yo nomás era el que llevaba la papa pero ella, ella era la fregona, pa’ que negarlo. Y fue una vez joven, una, y de nada sirvió que le pidiera perdón que le llorara, me le hinqué y así me aventó, con toda razón, mis chivas a la calle. Ya nomás me aguanté de veras que no sé ni por qué. Agarré el chupe como tres días pero luego uno se da cuenta que no quiere acabar de teporocho ahí tirado en las esquinas.

Las lágrimas seguían brotando, ya sin pudor, de los ojos de aquél hombre, que sentía un arrepentimiento que no le cabía en la conciencia, y un dolor por no poder cambiar las cosas.

―No  joven, no vale la pena un rato de calentura por una vida con una mujer de esas que valen la pena. Míreme a mí, ahora ya qué hacerle, nada. Acuérdese que las mujeres siempre van a ser lo más bonito que hay, pero no hay que ser avorazados, namás una y dejar las demás. ¿Pa´qué queremos tantas si luego con una no podemos? ―y volvió a limpiarse con la manga unas lágrimas que ya le nublaban la visibilidad―Pero discúlpeme, que a ustéd ni le ha de importar esto.

Yo le dije que no se preocupara, que entendía lo que me contaba, aunque la verdad lo dije por darle ánimos, pues jamás he estado casado y de ser sincero no se qué se siente que te abandonen esposa e hijos. Ya estábamos a unas cuadras de donde iba a trabajar y me había conmovido realmente la historia de aquél hombre, no sólo sus palabras, sino imaginar toda la situación.

A  veces uno arriesga mucho por muy poco y creo que a la larga, nos arrepentimos. Parece ser que la adrenalina tiende a ser un vicio, pero los vicios son malsanos siempre. Yo no sé si volveré a ver a ese hombre, no sé si algún día logrará obtener el perdón de su familia, pero es claro que en cualquier lugar puedes encontrar lecciones de vida, ésta, para mí fue quizá una de las más importantes. Ciertamente no he decidido si llegaré al altar con alguien, aunque el alguien es más claro en mi mente, pero sé que si bien es cierto que errar es humano, es igualmente cierto que es de sabios reconocer cuando hay errores, y don de dioses, perdonar. Yo he sido tan hombre como lo he podido, he errado hasta el cansancio. El taxista es un sabio por haber reconocido sus fallas. Son las mujeres nuestras diosas y está en ellas, y sólo en ellas saber si nos perdonan.

En fin, juro no volver a ir a ese restaurante en tanto no sepa si junto de mi hay una diosa, porque mi religión es fuerte aunque a veces llego a ser rebelde y testarudo. La galleta me la comí, y el papel, ése sigue en mi mano.

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