17 noviembre 2012

Hubo una historia oculta...


Me encontré esto de hace varios ayeres...


Hubo una historia oculta,
soterrada al paso de los años,
de las apariencias que debieron guardarse,
de los silencios trocados en sonrisas:
hubo una historia doble
que sólo dos supieron.

Luego de la distancia que pactaron
se miraban detrás de las paredes,
ocultándose en los recovecos,
y fingieron demencia,
también indiferencia
y creían en el fin, mas no en los medios.

Por obligarse en ataduras vanas
se encarcelaban en la cruel costumbre,
con la fe de que el amor perdona
sin excepciones… ¡Oh la inocencia!
¡Oh la ignorancia!

Los ojos suyos se encontraban siempre,
se sonreían sin ápice notorio
y se besaban casi a contrabando,
en sus nocturnos y esporádicos encuentros.
Pero se amaban tan apasionadamente
que poco interesaba la frecuencia,
vivían por la intensidad.

Era el momento,
acaso el calor se sus mozuelos cuerpos,
era ese palpitar de corazones,
eran todos sus silencios,
eran sus charlas guturales,
eran, en fin, la suma de promesas.

Hubo una vez aquella historia oculta,
de aquellos dos que amaron sin dudarlo,
que se besaban adentro de los sueños
y dentro de ellos, también, se amaban
con ritmo frenético.

09 noviembre 2012

Ellos, los mismos.

Ella lo miró con harto detenimiento, quería rememorarlo así al cabo de los años; fijarlo en la memoria de este modo, como fotografía, daguerrotipo.

Él sólo se ocupaba en acariciarle el cabello rebelde y húmedo, después de la ducha. Sonreía por el placer de que las circunstancias de los dos pudieran coincidir así.

Extenuados, felices, excitados, sensuales, amantes, somnolientos, pícaros y a la espera de que todo futuro, cuando menos, fuese igual de completo que este presente que tanto atesoraban.

El silencio los unía en una compleja conversación de las miradas... cada vez más profunda. Sentían en los labios las palpitaciones y se les engrosaban para invitar al beso, que ninguno resistió. Un beso perfecto que inició con sólo el roce, el contacto.

Luego fue un abrir y cerrar de bocas con suavidad pasmosa, ella primero, que envolvía la de él como un capullo sobre la oruga; él que la tomaba por la cara y la acercaba hacia sí en un jugueteo de fuerza y delicadez. Un leve mordisco; la humedad propia de las lenguas; las respiraciones agitadas y los brazos encaramándose a las espaldas del otro en una batalla por agotar el aire entre los dos; besándose con profusión y el deseo venido de las prohibiciones que otrora los frenaron. Besarse como si la vida se les fuera en ello.

El beso fue un orgasmo dador de vida que pactó, mejor que las palabras, la historia de esas vidas... unas que no tuvieron nombre alguno y que, también por eso, resultan majestuosamente valiosas.

Ellos, los mismos, se amaron una vida en ese instante.

25 octubre 2012

Reencuentro con Penélope


Amanece lentísimo tras la ventana,
mientras la luz avanza
y acaricia, sensual, tu cabellera.
Te nace una sonrisa leve.
El calor florece en tu piel y la inquieta;
abres los ojos y enarcas más los labios
—turgentes,
                        granates,
             carnosos,
                                 tentadores—,
no opongo resistencia: gesto un beso.

El silencio todavía se yergue
entrambos,
¿para qué destruirnos los instantes
                —azarosos y furtivos—
en tratar de nominalizarlos?
Etiquetar, es cierto, otorga la existencia
pero le quita el velo de misterio a lo innombrable,
lo innombrado:
somos nosotros, coincidencias breves
en el tiempo,
y nos deseamos por tanto y tantas cosas,
cosas que, sin embargo, no pueden definirse.

Nada de fuera importa.
Hoy todo el Universo nace de nosotros,
del roce y las caricias,
de toda esta pasión que se desborda:
¡Nuestra gran explosión!
El vacío se desdibuja, nos volvimos divinos
pues creamos un paradigma alterno,
con nuestros costumbrismos del ocaso,
al cobijo de tanta madrugada,
a la espera de futuras batallas:
tales son nuestros ánimos beligerantes.

El lecho se convierte en nuestro campo,
la oscuridad permite las sorpresas,
también los sorprendidos.
Te miro fijamente.
¿En qué piensas? —me dices—,
quien sonríe ahora soy yo.
Extrañé tanto estas perturbaciones tuyas,
navegar en tus tierras amatorias,
Penélope mía.

Acaricias mis brazos
para curar las marcas que hicieron las amarras,
igual limpias un poco la cera en mis oídos.
Sonríes otra vez,
te abrazo intensamente y mis manos resbalan por tu cuerpo.
               Tomo tu cara,
                       voy por el cuello y el abdomen:
                                            tu respiración se agita una vez más,
cierras los ojos.

De pronto el Sol ha terminado de salir.
Pero nosotros seguimos en los juegos
y nos hundimos en el calor de nuestros cuerpos.
Entre monosílabos y guturales disfruto de escuchar mi nombre
que brota de tus labios:
Ulises.

08 octubre 2012

Fue


No entiendes
que no es el sexo,
no es la reunión, la carne placentera;
no es ese pasional encuentro
de los cuerpos enredados,
o la noche que acoge
y transforma lo excitante
en posible.

No entiendes
que no es la charla,
confortante y elocuente,
que brota de tu garganta.
No las tardes de tertulia,
discusión,
confrontaciones.
No es la concomitancia
de saberes y contrarios.

No entiendes
que no es el frágil secretismo
ni un aura mística que verse
“si fuera un poco más tonto”.
No es la bebida valiente,
palabras de madrugada,
versos, caricias del alma.

Fue la conmiseración con que mirabas,
por encima del hombro,
como sobre una escalinata de los años
que tanto nos han separado.
Fue el infortunio casual:
poder leer entre líneas
y las líneas.

Fue confrontar el habla con el texto,
cotejar cada variante:
escuchada y leída.
Armar las notas al pie;
sonreír con los descubrimientos.

Discursos de carne viva
escritos en impresos diferentes,
que se entregan a distintos editores,
que se firman con seudónimos silencios.

Fue el ejercicio del siglo XIX:
diversificar destinatarios
y defender el discurso de la univocidad.
Dilucidar el tema de los viajes
y entregar el manuscrito
a la segunda opción.
Fue cotejar el usus scribendi
de la erotización
y encontrar iguales los sintagmas
en un texto menor,
en un error.

Fue aquella descripción,
la de la casa
donde nadie ha ingresado.
Encontrar, en un periódico coetáneo,
la clara negación,
la frecuente usanza de la invitación.
Fueron tantas historias hermanadas,
casi gemelizadas,
casi para llorar,
acaso para reír.

Fue la noche del puerto recordada,
mientras te abalanzabas
con rumbo al malecón.
Fue mirar tus pupilas encendidas,
de encontrarte en la playa,
avanzar en la arena del recuerdo,
la que te arraiga de un modo
que no logré descifrar;
la arena que te acalora
y te seduce los pies desde hace tanto.
Fue perderte en fundición inexpugnable,
hacerte toda de sílice;
verte aguardar el contacto
—intentar los fuegos fatuos
de una mirada hacia mí—
profundo de todo el mar…

28 septiembre 2012

Sesiones de lectura


Tus ojos avanzaban en la página. Palabra a palabra devorabas el texto, lento al principio, en total pasividad. Al tiempo, las páginas corren entre tus dedos y una gota de sudor surge en tu frente: tu lectura sigue algo más despacio y tu respiración se agita un poco. ¿Lo escuchas? Tu corazón bate con más fuerza.

Tu lectura sigue y se espacia, tartamudeas un poco, cierras los ojos e inspiras largo. Retomas la página del libro, estás dispuesta a terminarlo esta noche.

De pronto bajas los ojos, me miras y tu cara se sonrosa un poco; tus labios se engrosan y el tono bermellón es más intenso: tu pecho late en tu boca que lentamente se humedece. Das algunos traspiés. La lectura sigue, cada vez menos fluida, mientras tus manos se estiran y después, bruscamente, se cierran. Un ahogado grito en la penumbra.

Intentas, tratas infructuosamente de ligar una frase más... una letra, otra. Las palabras, el espacio entre los caracteres crece más y más. Tu mente divaga y tu cuerpo deambula de la tensión a un profundo relajamiento. Resbalas un poco de la silla y sólo la mano continúa en el libro.

Tu cuerpo se arquea un poco y algunos monosílabos se entreveran con onomatopeyas ininteligibles. Cabeza atrás, ojos cerrados, poros cerrados y una corriente que parece recorrerla de los pies hasta la frente...

Cierras las piernas de golpe y avientas el plexo hacia adelante... Lentamente me incorporo. Tus ojos se abren poco a poco y en tu boca reluce una sonrisa. Alguna vez te dije que la lectura era un placer y hoy lo supiste.


25 septiembre 2012

Quiero...


Quiero un amor como el tuyo,
como ese que se ha quedado repartido en tantos cuerpos,
en tantas piezas de rompecabezas
                      -muchas de ellas, que no encajan-;
un amor,
      mezcla perfecta de los nombres,
               del Nombre...
                            de tantas "tús".

Quiero una boca perfecta
que anule las noches frías,
que bese en todas las formas:
boca de labios eternos de los sueños,
la boca del arquetipo
que habla lo mismo que muerde,
despacio pero constante,
erótica, inteligente.

Quiero tu cuerpo esculpido
a mano y a fuego lento.
Cuerpo de Venus,
                    Cibeles,
           Cleopatra,
                              Demeter,
                      Isis,
cuerpo de Maga, de Teresa...
quiero ese cuerpo armado como el Golem,
quiero brindar vida en un soplo, como lo hizo el judío.

Quiero dejarme ir hacia tu sexo,
quiero saber del éxtasis del místico_
"Si los ciegos ahí no ven nada profundo,
los sabios, que lo supremo han reconocido,
en Él se han fundido"...
quiero determinarme allí, en ese momento:
saborear el placer y los pecados,
condenarme a la no resurrección
por ese instante vago.

Quiero fumar un cigarrillo viejo,
en el viejo sillón del piso viejo,
con la vieja nostalgia de aquel tiempo...
Admirar ese humo que me ahoga,
aprisionar la brasa con los labios:
purgarme las palabras de la lengua.
El infame placer, lo doloroso,
el flagelo autoinfligido,
eufónica combinación ensangrentada.

Quiero morir después de todo aquello:
después de amor, de cuerpo y de tu sexo.
No encuentro otra razón que me sostenga:
sea tu contemplación,
anhelo tuyo; tu deseo.
Deseo el final del falso corpus facto,
deseo tus gestos y mi piel entreverados,
un grito, una arcada y el ocaso.

09 septiembre 2012

Otra de Pasadena...


La muerte es la hermana mayor de sueño, pensaba Pasadena mientras fumaba el último Cherterfield  de la cajetilla. Aspiraba y la brasa enrojecía para luego volverse toda gris. “Curioso, el rojo de la vida y la pasión, y el gris de la paciente muerte”.

Javier pensaba también en el caso de la mañana: muchacha de 25, sin cambios de ánimo aparentes. Universitaria. Feliz (describe su madre). ¿Novio? Sí, buen muchacho primera pista.
Pasadena imaginó a la forense dictando suicidio a la familia y al novio. La madre lloraba y el novio, estoico. ¿Será posible un asesinato propio?

El detective había ya resuelto el caso en su cabeza, así, fumando un cigarro. Era una lástima que la madre jamás se acercaría a él para investigar; es más, jamás sospecharía. En tanto el novio seguiría impune por los siglos de los siglos, y se haría, según Pasadena, un hito en los asesinos seriales.