La muerte es la hermana mayor de sueño, pensaba Pasadena mientras
fumaba el último Cherterfield de la cajetilla. Aspiraba y la brasa enrojecía
para luego volverse toda gris. “Curioso, el rojo de la vida y la pasión, y el
gris de la paciente muerte”.
Javier pensaba también en el caso de la mañana: muchacha de 25, sin
cambios de ánimo aparentes. Universitaria. Feliz (describe su madre). ¿Novio?
Sí, buen muchacho primera pista.
Pasadena imaginó a la forense dictando suicidio a la familia y al
novio. La madre lloraba y el novio, estoico. ¿Será posible un asesinato propio?
El detective había ya resuelto el caso en su cabeza, así, fumando un
cigarro. Era una lástima que la madre jamás se acercaría a él para investigar;
es más, jamás sospecharía. En tanto el novio seguiría impune por los siglos de
los siglos, y se haría, según Pasadena, un hito en los asesinos seriales.
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