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28 septiembre 2012

Sesiones de lectura


Tus ojos avanzaban en la página. Palabra a palabra devorabas el texto, lento al principio, en total pasividad. Al tiempo, las páginas corren entre tus dedos y una gota de sudor surge en tu frente: tu lectura sigue algo más despacio y tu respiración se agita un poco. ¿Lo escuchas? Tu corazón bate con más fuerza.

Tu lectura sigue y se espacia, tartamudeas un poco, cierras los ojos e inspiras largo. Retomas la página del libro, estás dispuesta a terminarlo esta noche.

De pronto bajas los ojos, me miras y tu cara se sonrosa un poco; tus labios se engrosan y el tono bermellón es más intenso: tu pecho late en tu boca que lentamente se humedece. Das algunos traspiés. La lectura sigue, cada vez menos fluida, mientras tus manos se estiran y después, bruscamente, se cierran. Un ahogado grito en la penumbra.

Intentas, tratas infructuosamente de ligar una frase más... una letra, otra. Las palabras, el espacio entre los caracteres crece más y más. Tu mente divaga y tu cuerpo deambula de la tensión a un profundo relajamiento. Resbalas un poco de la silla y sólo la mano continúa en el libro.

Tu cuerpo se arquea un poco y algunos monosílabos se entreveran con onomatopeyas ininteligibles. Cabeza atrás, ojos cerrados, poros cerrados y una corriente que parece recorrerla de los pies hasta la frente...

Cierras las piernas de golpe y avientas el plexo hacia adelante... Lentamente me incorporo. Tus ojos se abren poco a poco y en tu boca reluce una sonrisa. Alguna vez te dije que la lectura era un placer y hoy lo supiste.


15 agosto 2012

Suspiros


15-08-2012 [D.F. 3:17 am]



¿Cómo escribir un suspiro?

¿Qué letras implementas

para lograr esa flexión precisa?

¿Con cuáles caracteres? ¿Qué sonidos?


El suspiro que nace misterioso

y terco,

porque no sabe callarse la intención

ni sabe simular su urgencia

de darse, de brotar: ser percibido.

Ese suspiro gutural, sincero,

¿cómo llevarlo al texto?

 
Pensar la piel del otro,

saborearla,

            desearla,

                        soñarla,

y en el sueño, aún,

poder sentirla… acariciarla.


Las manos recorriendo

las facciones ajenas, las exógenas,

las tuyas que son mías

porque me reconozco en ti.

Acariciar tu pelo

            —recortado—,

delinear tus oídos…

            retomar tu barbilla y acercarnos,

despacio,

            lento,

muy lento

            y más despacio

hasta rozar los labios y bebernos,

besar con nuestras lenguas constrictoras

y mordernos

besarnos y morirnos sin aliento…

y luego suspirarnos, de nuevo.


Extrañar tu presencia entre mis brazos

percibir tus aromas,

en el cuarto, en la calle,

            en los parques

            —recordar ese parque asalobrado,

donde hubo cuatro manos enlazadas—

en todo lo cotidiano…


¿Cómo escribir un suspiro?

—preguntaste—,

quizá de todas estas formas enlistadas,

tal vez sea trascendiendo lo tangible,

puede que sea, también,

como el nombre del dios: inextricable.

Aunque mi módica respuesta fue más simple:

“Con los fonemas que no se han inventado…”