08 octubre 2012

Fue


No entiendes
que no es el sexo,
no es la reunión, la carne placentera;
no es ese pasional encuentro
de los cuerpos enredados,
o la noche que acoge
y transforma lo excitante
en posible.

No entiendes
que no es la charla,
confortante y elocuente,
que brota de tu garganta.
No las tardes de tertulia,
discusión,
confrontaciones.
No es la concomitancia
de saberes y contrarios.

No entiendes
que no es el frágil secretismo
ni un aura mística que verse
“si fuera un poco más tonto”.
No es la bebida valiente,
palabras de madrugada,
versos, caricias del alma.

Fue la conmiseración con que mirabas,
por encima del hombro,
como sobre una escalinata de los años
que tanto nos han separado.
Fue el infortunio casual:
poder leer entre líneas
y las líneas.

Fue confrontar el habla con el texto,
cotejar cada variante:
escuchada y leída.
Armar las notas al pie;
sonreír con los descubrimientos.

Discursos de carne viva
escritos en impresos diferentes,
que se entregan a distintos editores,
que se firman con seudónimos silencios.

Fue el ejercicio del siglo XIX:
diversificar destinatarios
y defender el discurso de la univocidad.
Dilucidar el tema de los viajes
y entregar el manuscrito
a la segunda opción.
Fue cotejar el usus scribendi
de la erotización
y encontrar iguales los sintagmas
en un texto menor,
en un error.

Fue aquella descripción,
la de la casa
donde nadie ha ingresado.
Encontrar, en un periódico coetáneo,
la clara negación,
la frecuente usanza de la invitación.
Fueron tantas historias hermanadas,
casi gemelizadas,
casi para llorar,
acaso para reír.

Fue la noche del puerto recordada,
mientras te abalanzabas
con rumbo al malecón.
Fue mirar tus pupilas encendidas,
de encontrarte en la playa,
avanzar en la arena del recuerdo,
la que te arraiga de un modo
que no logré descifrar;
la arena que te acalora
y te seduce los pies desde hace tanto.
Fue perderte en fundición inexpugnable,
hacerte toda de sílice;
verte aguardar el contacto
—intentar los fuegos fatuos
de una mirada hacia mí—
profundo de todo el mar…

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