11 diciembre 2012

Déjà vu

Esto de amarle tanto 
es transitorio, 
no se acostumbre usted a ver mi estado. 
Quizá 
mañana ya no vea sus ojos, 
quizá para ello 
deba arrancar los propios... 

Pero no tema 

nada señorita, 
que de amor no se muere, 
se nos mata 
lento pero constante 
cual el cirio, 
que sufre 
cuando muere 
por la flama. 

09 diciembre 2012

Fines de semana. Imposibilidad 2


En el cuerpo, tu aroma, eternizado;
en la carne, tus uñas, enterradas,
en la calle, tu risa, memorada,
en mi sexo casual, está tu sexo.
Pero en ese resquicio que te busco,
cuando me he acostumbrado a tu presencia,
cuando creo que dio frutos la paciencia,
ahí,  en ese sitio
no hay nada.
M. D.

Tengo el total deseo de tus labios
en mis labios deseosos de pasiones,
el pertinaz hallazgo de tu cuerpo
a medianoche
sobre mi pecho, en amatoria sentencia.

Tengo tus manos firmes, amarradas;
entrelazadas van nuestras falanges
hacia las lindes do el futuro yergue
su azarosa mano
en sedeña historia, que a ambos nos compete.

Está, también, el juramento
dicho desde tu impecable boca,
el asidero de todo lo inasible,
las palabras dadoras de existencia
a lo infundado;
lo imaginable,
lo innombrado que vino en tu presencia.

Tengo el cuerpo cubierto de tu aroma,
repletas cajas de fotografías,
tengo las noches, en teoría, vedadas,
cuando escapamos
a donde las miradas no pudieran hallarnos,
porque el mezquino envidia,
porque el celoso asfixia.

Hubimos varios e instantáneos besos,
y todo el erotismo
que vino por los siglos de los siglos,
y nuestras desnudeces suaves
terminadas en los amaneceres.
El ritmo sinfónico y sincronizado
de los cuerpos
cuando se batallaban. Y las miradas claras,
constantes y sinceras,
y los gritos de paz para las guerras.

Tengo cada certeza que me diste,
cada miedo al fracaso y la osadía
que tenías planeada,
desde pasadas eras.
Tengo tu férreo ánimo creciente
y tus caderas, firmes cual montañas,
tus eficaces lances, cual guadañas
que partieron mi pecho enloquecido
por tu causa.
Tu valentía, también tu valentía,
tu rebeldía y tu carácter fuerte,
esa inocencia que viene con tus ojos
y todo el llanto que hubiste derramado.

Tengo el perro, las cartas, la cerveza,
el vaso de café, las servilletas. Tus zapatos,
los rojos, los de mayo; y todos tus enojos numerados.
La guitarra, la tarde en que paseamos,
los viajes, los boletos, los desvelos;
los duelos,
las albricias, los festejos…

Todo de ti y de mi; yo lo conservo.
Pero siempre han quedado impresentes,
en deuda, sin llegada,
los fines de semana.

05 diciembre 2012

Te me vienes haciendo cotidiana


Te me vienes haciendo cotidiana. Cada vez más y más recorro, en tus múltiples y acordadas ausencias, los instantes gloriosos del pasado, del instante preciso y precioso en que nos coincidió el azar benevolente. Tú, la inmarcesible e inasible, apareces de pronto en remembranzas cuya validez he puesto en duda porque quizá las miro como solas reconstrucciones, prefiguradas por la alteración de mis andares. Tú, la del encuentro que nunca debió ser, hoy eres, más que nadie.

Yo, el acostumbrado a toda soledad ontológica, el que repite la cátedra, terrosa y seca, de que “los amorosos están solos, solos…”; yo me hallo encaminado con toda parsimonia, en estas calles empedradas, coloniales, que me reviven esa historia antigua de las eras en que habría deseado figurar. Y cargo mi libreta reciclada, pluma fuente, el sombrero que jamás usaba y el animoso afán por vaciar tinta. Comienzo pretextando cualquier cosa: el olor de las flores, la claridad del cielo, el viento que congela… y luego miro cómo me da por repetir las teorías del cangrejo. Vuelvo a ti.

A tu don de alejarte y permanecer, a un solo tiempo. A la capacidad de no decir pero mirar con más efectos que la charla, a las intrigas que me gestan tus silencios. Al vínculo del sístole y del diástole rotundos… al son del corazón profundo. Y todo se me escapa de las manos como agua corriente; únicamente me queda la humedad del beso jamás dado, el vaho del suspiro, el salobre sudor y luego nada: me entero que sigo deambulando solo en mis expediciones nocturnales para buscar motivos de escritura.

Te me vas desarmando con el caer de las hojas en otoño. Míralas amarillas y gravitantes, míralas como hablan con sus voces de crujir a nuestros pies. Te me desvistes conforme te hago letras, conforme más te pienso y te describo, cayéndote las ropas lentamente. "Porque te tengo y no. Porque te pienso" y si pienso te creo y te recreo, esta de aca es tan tú como las otras, las que imagino en casa o en el parque, las que despiertan cuando llega el sueño. La que tendrá lugar en mi futuro innoble y muy incierto.

Te me vuelves recuerdo y elusiva, y frugal amasijo comestible. Un dulce mordisco que me guardo, el abrazo robado… porque jamás habré de confesarlo, no lo resistiré. Entre tanto secundo mis relatos con tu ausencia, dibujo algunas líneas que boceten tu aura sin dejar semejanzas, para que no las mires, para que, al menos, en la chanza de rememorarte, pueda seguir sintiendo.


Cotidianidades: el taxi


¿A qué se deberá la lentitud del taxi,
del taxista?
¿Acaso los instruyen cual autómatas
para no entender
sino contrarias sentencias
a las solicitadas?
¿Será un requisito insoslayable
para tan noble profesión,
volverse lento de pensares,
apenas se ven apasasajeados?

Es que cuando yo aguardo
en la esquina de casa y los admiro,
van lúcidos, diligentes,
imperturbables y céleres.
Entonces tomo la decisión y extiendo
la sabia mano derecha
denotando mi necesidad de movimiento.
Asciendo, saludo, indico…
…y todo se me vuelve en contra:
la tibieza, el desgano, la apatía, la parsimonia
y mi desesperación que aumenta.

Quizá debiera cuestionarlos al respecto
pero temo no puedan,
en ese estado metafísico,
comprender mis palabras.
Habré, quizá, de conformarme
en verlos transformarse
al taxista y al taxi
en posmas motorizadas.

30 noviembre 2012

Imposibilidad I



Quisiera no cantarte tanto,
tanto como lo dictan mis latidos,
tanto como los tantos pensamientos
como tanto recuerdo tu recuerdo.

Quisiera separarme, aciago,
y poder abstraerme de tu nombre,
soportar los estragos del deseo:
el deseo de tu cuerpo,
orfebrería mayor de nuestro tiempo,
que me aprisiona todo el erotismo
y lo deglute, voraz, en cada beso.

Si hubiera la ocasión para el escape
emprendería el viaje de regreso,
porque el miedo también es pasajero
y me deja porqués
en el viejo maletero.

Pero luego tu voz
y tu sonrisa
y tu negro cabello,
catarata sedosa y descarriada,
y los ojos profundos, sin secretos.
Pero también tu cuello
y el espacio que curva, tan sensual,
los lindes de tu espalda.
Además la cadera que bate al menor ritmo,
además lo que sueño,
además lo que omito.

Quisiera no desearte tanto,
no mirar desde lejos, tanto tiempo,
no vedar mis esfuerzos de acercarte
y volver tras mis pasos.

Quizás si fuese sólo de ese modo
las coincidencias no nos comerían,
y no perturbarían las costumbres
que se han delimitado de hace tanto.

Pero ante mi deseo de evitarte,
de pronto nos cruzamos las miradas:
los dos silencios,
no fueron necesarias las palabras
pero entendimos, pues,
que hay cosas que se callan.

17 noviembre 2012

Hubo una historia oculta...


Me encontré esto de hace varios ayeres...


Hubo una historia oculta,
soterrada al paso de los años,
de las apariencias que debieron guardarse,
de los silencios trocados en sonrisas:
hubo una historia doble
que sólo dos supieron.

Luego de la distancia que pactaron
se miraban detrás de las paredes,
ocultándose en los recovecos,
y fingieron demencia,
también indiferencia
y creían en el fin, mas no en los medios.

Por obligarse en ataduras vanas
se encarcelaban en la cruel costumbre,
con la fe de que el amor perdona
sin excepciones… ¡Oh la inocencia!
¡Oh la ignorancia!

Los ojos suyos se encontraban siempre,
se sonreían sin ápice notorio
y se besaban casi a contrabando,
en sus nocturnos y esporádicos encuentros.
Pero se amaban tan apasionadamente
que poco interesaba la frecuencia,
vivían por la intensidad.

Era el momento,
acaso el calor se sus mozuelos cuerpos,
era ese palpitar de corazones,
eran todos sus silencios,
eran sus charlas guturales,
eran, en fin, la suma de promesas.

Hubo una vez aquella historia oculta,
de aquellos dos que amaron sin dudarlo,
que se besaban adentro de los sueños
y dentro de ellos, también, se amaban
con ritmo frenético.

09 noviembre 2012

Ellos, los mismos.

Ella lo miró con harto detenimiento, quería rememorarlo así al cabo de los años; fijarlo en la memoria de este modo, como fotografía, daguerrotipo.

Él sólo se ocupaba en acariciarle el cabello rebelde y húmedo, después de la ducha. Sonreía por el placer de que las circunstancias de los dos pudieran coincidir así.

Extenuados, felices, excitados, sensuales, amantes, somnolientos, pícaros y a la espera de que todo futuro, cuando menos, fuese igual de completo que este presente que tanto atesoraban.

El silencio los unía en una compleja conversación de las miradas... cada vez más profunda. Sentían en los labios las palpitaciones y se les engrosaban para invitar al beso, que ninguno resistió. Un beso perfecto que inició con sólo el roce, el contacto.

Luego fue un abrir y cerrar de bocas con suavidad pasmosa, ella primero, que envolvía la de él como un capullo sobre la oruga; él que la tomaba por la cara y la acercaba hacia sí en un jugueteo de fuerza y delicadez. Un leve mordisco; la humedad propia de las lenguas; las respiraciones agitadas y los brazos encaramándose a las espaldas del otro en una batalla por agotar el aire entre los dos; besándose con profusión y el deseo venido de las prohibiciones que otrora los frenaron. Besarse como si la vida se les fuera en ello.

El beso fue un orgasmo dador de vida que pactó, mejor que las palabras, la historia de esas vidas... unas que no tuvieron nombre alguno y que, también por eso, resultan majestuosamente valiosas.

Ellos, los mismos, se amaron una vida en ese instante.

25 octubre 2012

Reencuentro con Penélope


Amanece lentísimo tras la ventana,
mientras la luz avanza
y acaricia, sensual, tu cabellera.
Te nace una sonrisa leve.
El calor florece en tu piel y la inquieta;
abres los ojos y enarcas más los labios
—turgentes,
                        granates,
             carnosos,
                                 tentadores—,
no opongo resistencia: gesto un beso.

El silencio todavía se yergue
entrambos,
¿para qué destruirnos los instantes
                —azarosos y furtivos—
en tratar de nominalizarlos?
Etiquetar, es cierto, otorga la existencia
pero le quita el velo de misterio a lo innombrable,
lo innombrado:
somos nosotros, coincidencias breves
en el tiempo,
y nos deseamos por tanto y tantas cosas,
cosas que, sin embargo, no pueden definirse.

Nada de fuera importa.
Hoy todo el Universo nace de nosotros,
del roce y las caricias,
de toda esta pasión que se desborda:
¡Nuestra gran explosión!
El vacío se desdibuja, nos volvimos divinos
pues creamos un paradigma alterno,
con nuestros costumbrismos del ocaso,
al cobijo de tanta madrugada,
a la espera de futuras batallas:
tales son nuestros ánimos beligerantes.

El lecho se convierte en nuestro campo,
la oscuridad permite las sorpresas,
también los sorprendidos.
Te miro fijamente.
¿En qué piensas? —me dices—,
quien sonríe ahora soy yo.
Extrañé tanto estas perturbaciones tuyas,
navegar en tus tierras amatorias,
Penélope mía.

Acaricias mis brazos
para curar las marcas que hicieron las amarras,
igual limpias un poco la cera en mis oídos.
Sonríes otra vez,
te abrazo intensamente y mis manos resbalan por tu cuerpo.
               Tomo tu cara,
                       voy por el cuello y el abdomen:
                                            tu respiración se agita una vez más,
cierras los ojos.

De pronto el Sol ha terminado de salir.
Pero nosotros seguimos en los juegos
y nos hundimos en el calor de nuestros cuerpos.
Entre monosílabos y guturales disfruto de escuchar mi nombre
que brota de tus labios:
Ulises.