Esto de amarle tanto
es transitorio,
no se acostumbre usted a ver mi estado.
Quizá
mañana ya no vea sus ojos,
quizá para ello
deba arrancar los propios...
Pero no tema
nada señorita,
que de amor no se muere,
se nos mata
lento pero constante
cual el cirio,
que sufre
cuando muere
por la flama.
...mis veintisiete caracteres con que debo escribir cada vez que las manos se desatan...
11 diciembre 2012
09 diciembre 2012
Fines de semana. Imposibilidad 2
En el cuerpo, tu aroma,
eternizado;
en la carne, tus uñas,
enterradas,
en la calle, tu risa,
memorada,
en mi sexo casual, está tu
sexo.
Pero en ese resquicio que te busco,
cuando me he acostumbrado a tu presencia,
cuando creo que dio frutos la paciencia,
ahí, en ese sitio
no hay nada.
Pero en ese resquicio que te busco,
cuando me he acostumbrado a tu presencia,
cuando creo que dio frutos la paciencia,
ahí, en ese sitio
no hay nada.
M. D.
Tengo el total
deseo de tus labios
en mis
labios deseosos de pasiones,
el pertinaz hallazgo
de tu cuerpo
a medianoche
sobre mi
pecho, en amatoria sentencia.
Tengo tus manos
firmes, amarradas;
entrelazadas
van nuestras falanges
hacia las
lindes do el futuro yergue
su azarosa
mano
en sedeña historia,
que a ambos nos compete.
Está,
también, el juramento
dicho desde
tu impecable boca,
el asidero
de todo lo inasible,
las palabras
dadoras de existencia
a lo
infundado;
lo imaginable,
lo
innombrado que vino en tu presencia.
Tengo el
cuerpo cubierto de tu aroma,
repletas
cajas de fotografías,
tengo las
noches, en teoría, vedadas,
cuando
escapamos
a donde las
miradas no pudieran hallarnos,
porque el mezquino
envidia,
porque el
celoso asfixia.
Hubimos
varios e instantáneos besos,
y todo el
erotismo
que vino por
los siglos de los siglos,
y nuestras
desnudeces suaves
terminadas
en los amaneceres.
El ritmo
sinfónico y sincronizado
de los
cuerpos
cuando se batallaban. Y las miradas claras,
constantes y
sinceras,
y los gritos
de paz para las guerras.
Tengo cada
certeza que me diste,
cada miedo
al fracaso y la osadía
que tenías
planeada,
desde
pasadas eras.
Tengo tu
férreo ánimo creciente
y tus caderas,
firmes cual montañas,
tus eficaces
lances, cual guadañas
que
partieron mi pecho enloquecido
por tu
causa.
Tu valentía, también tu valentía,
tu rebeldía y tu carácter fuerte,
esa inocencia que viene con tus ojos
y todo el llanto que hubiste derramado.
Tu valentía, también tu valentía,
tu rebeldía y tu carácter fuerte,
esa inocencia que viene con tus ojos
y todo el llanto que hubiste derramado.
Tengo el
perro, las cartas, la cerveza,
el vaso de
café, las servilletas. Tus zapatos,
los rojos,
los de mayo; y todos tus enojos numerados.
La guitarra,
la tarde en que paseamos,
los viajes,
los boletos, los desvelos;
los duelos,
las
albricias, los festejos…
Todo de ti y
de mi; yo lo conservo.
Pero siempre
han quedado impresentes,
en deuda,
sin llegada,
los fines de
semana.
05 diciembre 2012
Te me vienes haciendo cotidiana
Te me vienes haciendo cotidiana. Cada vez más y más recorro, en tus
múltiples y acordadas ausencias, los instantes gloriosos del pasado, del
instante preciso y precioso en que nos coincidió el azar benevolente. Tú, la
inmarcesible e inasible, apareces de pronto en remembranzas cuya validez he
puesto en duda porque quizá las miro como solas reconstrucciones, prefiguradas
por la alteración de mis andares. Tú, la del encuentro que nunca debió ser, hoy
eres, más que nadie.
Yo, el acostumbrado a toda soledad ontológica, el que repite la
cátedra, terrosa y seca, de que “los amorosos están solos, solos…”; yo me hallo
encaminado con toda parsimonia, en estas calles empedradas, coloniales, que me
reviven esa historia antigua de las eras en que habría deseado figurar. Y cargo
mi libreta reciclada, pluma fuente, el sombrero que jamás usaba y el animoso
afán por vaciar tinta. Comienzo pretextando cualquier cosa: el olor de las
flores, la claridad del cielo, el viento que congela… y luego miro cómo me da
por repetir las teorías del cangrejo. Vuelvo a ti.
A tu don de alejarte y permanecer, a un solo tiempo. A la capacidad de
no decir pero mirar con más efectos que la charla, a las intrigas que me gestan
tus silencios. Al vínculo del sístole y del diástole rotundos… al son del
corazón profundo. Y todo se me escapa de las manos como agua corriente;
únicamente me queda la humedad del beso jamás dado, el vaho del suspiro, el
salobre sudor y luego nada: me entero que sigo deambulando solo en mis
expediciones nocturnales para buscar motivos de escritura.
Te me vas desarmando con el caer de las hojas en otoño. Míralas amarillas y gravitantes, míralas como hablan con sus voces de crujir a nuestros pies. Te me desvistes conforme te hago letras, conforme más te pienso y te describo, cayéndote las ropas lentamente. "Porque te tengo y no. Porque te pienso" y si pienso te creo y te recreo, esta de aca es tan tú como las otras, las que imagino en casa o en el parque, las que despiertan cuando llega el sueño. La que tendrá lugar en mi futuro innoble y muy incierto.
Te me vuelves recuerdo y elusiva, y frugal amasijo comestible. Un
dulce mordisco que me guardo, el abrazo robado… porque jamás habré de
confesarlo, no lo resistiré. Entre tanto secundo mis relatos con tu ausencia,
dibujo algunas líneas que boceten tu aura sin dejar semejanzas, para que no las
mires, para que, al menos, en la chanza de rememorarte, pueda seguir sintiendo.
Cotidianidades: el taxi
¿A qué se
deberá la lentitud del taxi,
del taxista?
¿Acaso los
instruyen cual autómatas
para no
entender
sino
contrarias sentencias
a las
solicitadas?
¿Será un
requisito insoslayable
para tan
noble profesión,
volverse
lento de pensares,
apenas se
ven apasasajeados?
Es que
cuando yo aguardo
en la
esquina de casa y los admiro,
van lúcidos,
diligentes,
imperturbables
y céleres.
Entonces
tomo la decisión y extiendo
la sabia
mano derecha
denotando mi
necesidad de movimiento.
Asciendo,
saludo, indico…
…y todo se
me vuelve en contra:
la tibieza,
el desgano, la apatía, la parsimonia
y mi
desesperación que aumenta.
Quizá
debiera cuestionarlos al respecto
pero temo no
puedan,
en ese
estado metafísico,
comprender
mis palabras.
Habré,
quizá, de conformarme
en verlos
transformarse
al taxista y
al taxi
en posmas
motorizadas.
30 noviembre 2012
Imposibilidad I
tanto como
lo dictan mis latidos,
tanto como
los tantos pensamientos
como tanto
recuerdo tu recuerdo.
Quisiera
separarme, aciago,
y poder
abstraerme de tu nombre,
soportar los
estragos del deseo:
el deseo de
tu cuerpo,
orfebrería
mayor de nuestro tiempo,
que me
aprisiona todo el erotismo
y lo
deglute, voraz, en cada beso.
Si hubiera
la ocasión para el escape
emprendería
el viaje de regreso,
porque el
miedo también es pasajero
y me deja porqués
en el viejo
maletero.
Pero luego
tu voz
y tu sonrisa
y tu negro
cabello,
catarata
sedosa y descarriada,
y los ojos
profundos, sin secretos.
Pero también
tu cuello
y el espacio
que curva, tan sensual,
los lindes de tu espalda.
Además la
cadera que bate al menor ritmo,
además lo
que sueño,
además lo
que omito.
Quisiera no
desearte tanto,
no mirar
desde lejos, tanto tiempo,
no vedar mis
esfuerzos de acercarte
y volver
tras mis pasos.
Quizás si
fuese sólo de ese modo
las
coincidencias no nos comerían,
y no
perturbarían las costumbres
que se han
delimitado de hace tanto.
Pero ante
mi deseo de evitarte,
de pronto
nos cruzamos las miradas:
los dos
silencios,
no fueron
necesarias las palabras
pero
entendimos, pues,
que hay
cosas que se callan.
17 noviembre 2012
Hubo una historia oculta...
Me encontré esto de hace varios ayeres...
Hubo una historia oculta,
soterrada al paso de los años,
de las apariencias que debieron guardarse,
de los silencios trocados en sonrisas:
hubo una historia doble
que sólo dos supieron.
Luego de la distancia que pactaron
se miraban detrás de las paredes,
ocultándose en los recovecos,
y fingieron demencia,
también indiferencia
y creían en el fin, mas no en los medios.
Por obligarse en ataduras vanas
se encarcelaban en la cruel costumbre,
con la fe de que el amor perdona
sin excepciones… ¡Oh la inocencia!
¡Oh la ignorancia!
Los ojos suyos se encontraban siempre,
se sonreían sin ápice notorio
y se besaban casi a contrabando,
en sus nocturnos y esporádicos encuentros.
Pero se amaban tan apasionadamente
que poco interesaba la frecuencia,
vivían por la intensidad.
Era el momento,
acaso el calor se sus mozuelos cuerpos,
era ese palpitar de corazones,
eran todos sus silencios,
eran sus charlas guturales,
eran, en fin, la suma de promesas.
Hubo una vez aquella historia oculta,
de aquellos dos que amaron sin dudarlo,
que se besaban adentro de los sueños
y dentro de ellos, también, se amaban
con ritmo frenético.
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Poesía
09 noviembre 2012
Ellos, los mismos.
Ella lo miró con harto detenimiento, quería rememorarlo así al cabo de los años; fijarlo en la memoria de este modo, como fotografía, daguerrotipo.
Él sólo se ocupaba en acariciarle el cabello rebelde y húmedo, después de la ducha. Sonreía por el placer de que las circunstancias de los dos pudieran coincidir así.
Extenuados, felices, excitados, sensuales, amantes, somnolientos, pícaros y a la espera de que todo futuro, cuando menos, fuese igual de completo que este presente que tanto atesoraban.
El silencio los unía en una compleja conversación de las miradas... cada vez más profunda. Sentían en los labios las palpitaciones y se les engrosaban para invitar al beso, que ninguno resistió. Un beso perfecto que inició con sólo el roce, el contacto.
Luego fue un abrir y cerrar de bocas con suavidad pasmosa, ella primero, que envolvía la de él como un capullo sobre la oruga; él que la tomaba por la cara y la acercaba hacia sí en un jugueteo de fuerza y delicadez. Un leve mordisco; la humedad propia de las lenguas; las respiraciones agitadas y los brazos encaramándose a las espaldas del otro en una batalla por agotar el aire entre los dos; besándose con profusión y el deseo venido de las prohibiciones que otrora los frenaron. Besarse como si la vida se les fuera en ello.
El beso fue un orgasmo dador de vida que pactó, mejor que las palabras, la historia de esas vidas... unas que no tuvieron nombre alguno y que, también por eso, resultan majestuosamente valiosas.
Ellos, los mismos, se amaron una vida en ese instante.
Él sólo se ocupaba en acariciarle el cabello rebelde y húmedo, después de la ducha. Sonreía por el placer de que las circunstancias de los dos pudieran coincidir así.
Extenuados, felices, excitados, sensuales, amantes, somnolientos, pícaros y a la espera de que todo futuro, cuando menos, fuese igual de completo que este presente que tanto atesoraban.
El silencio los unía en una compleja conversación de las miradas... cada vez más profunda. Sentían en los labios las palpitaciones y se les engrosaban para invitar al beso, que ninguno resistió. Un beso perfecto que inició con sólo el roce, el contacto.
Luego fue un abrir y cerrar de bocas con suavidad pasmosa, ella primero, que envolvía la de él como un capullo sobre la oruga; él que la tomaba por la cara y la acercaba hacia sí en un jugueteo de fuerza y delicadez. Un leve mordisco; la humedad propia de las lenguas; las respiraciones agitadas y los brazos encaramándose a las espaldas del otro en una batalla por agotar el aire entre los dos; besándose con profusión y el deseo venido de las prohibiciones que otrora los frenaron. Besarse como si la vida se les fuera en ello.
El beso fue un orgasmo dador de vida que pactó, mejor que las palabras, la historia de esas vidas... unas que no tuvieron nombre alguno y que, también por eso, resultan majestuosamente valiosas.
Ellos, los mismos, se amaron una vida en ese instante.
25 octubre 2012
Reencuentro con Penélope
Amanece lentísimo
tras la ventana,
mientras la
luz avanza
y acaricia,
sensual, tu cabellera.
Te nace una
sonrisa leve.
El calor florece
en tu piel y la inquieta;
abres los
ojos y enarcas más los labios
—turgentes,
granates,
carnosos,
tentadores—,
no opongo
resistencia: gesto un beso.
entrambos,
¿para qué
destruirnos los instantes
—azarosos y furtivos—
en tratar
de nominalizarlos?
Etiquetar,
es cierto, otorga la existencia
pero le
quita el velo de misterio a lo innombrable,
lo
innombrado:
somos
nosotros, coincidencias breves
en el tiempo,
y nos
deseamos por tanto y tantas cosas,
cosas que,
sin embargo, no pueden definirse.
Nada de
fuera importa.
Hoy todo
el Universo nace de nosotros,
del roce y
las caricias,
de toda
esta pasión que se desborda:
¡Nuestra
gran explosión!
El vacío
se desdibuja, nos volvimos divinos
pues creamos
un paradigma alterno,
con
nuestros costumbrismos del ocaso,
al cobijo
de tanta madrugada,
a la
espera de futuras batallas:
tales son
nuestros ánimos beligerantes.
El lecho
se convierte en nuestro campo,
la
oscuridad permite las sorpresas,
también
los sorprendidos.
Te miro fijamente.
¿En qué piensas? —me dices—,
quien
sonríe ahora soy yo.
Extrañé
tanto estas perturbaciones tuyas,
navegar en
tus tierras amatorias,
Penélope
mía.
Acaricias
mis brazos
para curar
las marcas que hicieron las amarras,
igual
limpias un poco la cera en mis oídos.
Sonríes otra vez,
te abrazo
intensamente y mis manos resbalan por tu cuerpo.
Tomo tu
cara,
voy por el
cuello y el abdomen:
tu
respiración se agita una vez más,
cierras
los ojos.
De pronto
el Sol ha terminado de salir.
Pero nosotros
seguimos en los juegos
y nos hundimos en el calor de nuestros cuerpos.
Entre
monosílabos y guturales disfruto de escuchar mi nombre
que brota de tus labios:
que brota de tus labios:
Ulises.
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