Te me vienes haciendo cotidiana. Cada vez más y más recorro, en tus
múltiples y acordadas ausencias, los instantes gloriosos del pasado, del
instante preciso y precioso en que nos coincidió el azar benevolente. Tú, la
inmarcesible e inasible, apareces de pronto en remembranzas cuya validez he
puesto en duda porque quizá las miro como solas reconstrucciones, prefiguradas
por la alteración de mis andares. Tú, la del encuentro que nunca debió ser, hoy
eres, más que nadie.
Yo, el acostumbrado a toda soledad ontológica, el que repite la
cátedra, terrosa y seca, de que “los amorosos están solos, solos…”; yo me hallo
encaminado con toda parsimonia, en estas calles empedradas, coloniales, que me
reviven esa historia antigua de las eras en que habría deseado figurar. Y cargo
mi libreta reciclada, pluma fuente, el sombrero que jamás usaba y el animoso
afán por vaciar tinta. Comienzo pretextando cualquier cosa: el olor de las
flores, la claridad del cielo, el viento que congela… y luego miro cómo me da
por repetir las teorías del cangrejo. Vuelvo a ti.
A tu don de alejarte y permanecer, a un solo tiempo. A la capacidad de
no decir pero mirar con más efectos que la charla, a las intrigas que me gestan
tus silencios. Al vínculo del sístole y del diástole rotundos… al son del
corazón profundo. Y todo se me escapa de las manos como agua corriente;
únicamente me queda la humedad del beso jamás dado, el vaho del suspiro, el
salobre sudor y luego nada: me entero que sigo deambulando solo en mis
expediciones nocturnales para buscar motivos de escritura.
Te me vas desarmando con el caer de las hojas en otoño. Míralas amarillas y gravitantes, míralas como hablan con sus voces de crujir a nuestros pies. Te me desvistes conforme te hago letras, conforme más te pienso y te describo, cayéndote las ropas lentamente. "Porque te tengo y no. Porque te pienso" y si pienso te creo y te recreo, esta de aca es tan tú como las otras, las que imagino en casa o en el parque, las que despiertan cuando llega el sueño. La que tendrá lugar en mi futuro innoble y muy incierto.
Te me vuelves recuerdo y elusiva, y frugal amasijo comestible. Un
dulce mordisco que me guardo, el abrazo robado… porque jamás habré de
confesarlo, no lo resistiré. Entre tanto secundo mis relatos con tu ausencia,
dibujo algunas líneas que boceten tu aura sin dejar semejanzas, para que no las
mires, para que, al menos, en la chanza de rememorarte, pueda seguir sintiendo.
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