En el cuerpo, tu aroma,
eternizado;
en la carne, tus uñas,
enterradas,
en la calle, tu risa,
memorada,
en mi sexo casual, está tu
sexo.
Pero en ese resquicio que te busco,
cuando me he acostumbrado a tu presencia,
cuando creo que dio frutos la paciencia,
ahí, en ese sitio
no hay nada.
Pero en ese resquicio que te busco,
cuando me he acostumbrado a tu presencia,
cuando creo que dio frutos la paciencia,
ahí, en ese sitio
no hay nada.
M. D.
Tengo el total
deseo de tus labios
en mis
labios deseosos de pasiones,
el pertinaz hallazgo
de tu cuerpo
a medianoche
sobre mi
pecho, en amatoria sentencia.
Tengo tus manos
firmes, amarradas;
entrelazadas
van nuestras falanges
hacia las
lindes do el futuro yergue
su azarosa
mano
en sedeña historia,
que a ambos nos compete.
Está,
también, el juramento
dicho desde
tu impecable boca,
el asidero
de todo lo inasible,
las palabras
dadoras de existencia
a lo
infundado;
lo imaginable,
lo
innombrado que vino en tu presencia.
Tengo el
cuerpo cubierto de tu aroma,
repletas
cajas de fotografías,
tengo las
noches, en teoría, vedadas,
cuando
escapamos
a donde las
miradas no pudieran hallarnos,
porque el mezquino
envidia,
porque el
celoso asfixia.
Hubimos
varios e instantáneos besos,
y todo el
erotismo
que vino por
los siglos de los siglos,
y nuestras
desnudeces suaves
terminadas
en los amaneceres.
El ritmo
sinfónico y sincronizado
de los
cuerpos
cuando se batallaban. Y las miradas claras,
constantes y
sinceras,
y los gritos
de paz para las guerras.
Tengo cada
certeza que me diste,
cada miedo
al fracaso y la osadía
que tenías
planeada,
desde
pasadas eras.
Tengo tu
férreo ánimo creciente
y tus caderas,
firmes cual montañas,
tus eficaces
lances, cual guadañas
que
partieron mi pecho enloquecido
por tu
causa.
Tu valentía, también tu valentía,
tu rebeldía y tu carácter fuerte,
esa inocencia que viene con tus ojos
y todo el llanto que hubiste derramado.
Tu valentía, también tu valentía,
tu rebeldía y tu carácter fuerte,
esa inocencia que viene con tus ojos
y todo el llanto que hubiste derramado.
Tengo el
perro, las cartas, la cerveza,
el vaso de
café, las servilletas. Tus zapatos,
los rojos,
los de mayo; y todos tus enojos numerados.
La guitarra,
la tarde en que paseamos,
los viajes,
los boletos, los desvelos;
los duelos,
las
albricias, los festejos…
Todo de ti y
de mi; yo lo conservo.
Pero siempre
han quedado impresentes,
en deuda,
sin llegada,
los fines de
semana.
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