Yo no sé qué me pasa con tus ojos. Siempre me ponen mal, muy mal. Pero no puedo verlos fijamente porque siento que el aire se me escapa del diafragma, como si me hubieran dado un puñetazo y no supiera quién fue. Son unos ojos verdes, pero a la luz de mediodía se vuelven azulados, y en el crepúsculo como que se entristecen y me parecen grises. Creo que tú eres la única persona con ojos policromáticos que no usa pupilentes.
Pero tus ojos son... ¡ay! tus ojos. Son como dos ardientes brasas que incendian todo con mirar, unos ojos corrosivos que atraviesan la piel con tan poca resistencia y se van hasta la médula para hacer sentir que están ahi. Y yo que no los puedo ver, porque siento que si los miro seré como Perseo y me convertirán en piedra porque no tengo escudo reflejante.
Lo triste es cuando te vas con esos ojos, me niegas el regalo de tu iris. Doblas la esquina y es inevitable comenzar a extrañarlos de inmediato, porque son como un vicio muy bien arraigado. ¿Cómo entender el universo sin tus ojos? ¿Cómo explicar la fe y los milagros sin ellos? Pero sigues tu camino, y mi mundo se oscurece de repente, porque la luz se va también en tus pupilas, la luz, y mi alma, todo.
Yo no soy quién para decirte cosa alguna, cuando los conocí fue más bien por accidente. Ellos se detuvieron y apresaron los míos en una trampa eterna e insondable. Escribo porque debo contarlo, para saber que no los estoy soñando, para entender que aquellos ojos verdes no son los de Bécquer, estos son míos aunque tuyos, estos son más reales pero igual me jalan hacia el lago y me aprisionan, quizá no el cuerpo, pero la voluntad.
Porque eres toda ojos, toda vivacidad y diamantina. Cómo quisiera jamás tener tus ojos, porque hay beldades que ciegan y yo no quiero dejar de contemplarlos, por eso tan sólo quisiera imaginarlos... para no morir en la agonía de pensar qué haré cuando no estén para mirarlos, aunque sea de reojo, aunque sea accidental. Y tus ojos y tú... y tú y tus ojos.
Mis veintisiete letras se terminan, y no saben qué hacer con tu mirada, no encuentran la combinación cierta, la precisa, la que logre describir a plenitud el humor de tus ojos. Y tú no escuchas jamás estos rumores, y te vas regalando el presente que quiero que sea mío, lo das a quien no merece y a mí que tanto lo anhelo parece me lo racionas.
No a la crueldad ocular, déjalos mirarme a diario. Quiero vivir para ellos y quiero vivir en ellos, tus ojos, tus bellos ojos y yo que no puedo verlos...
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