...mis veintisiete caracteres con que debo escribir cada vez que las manos se desatan...
21 diciembre 2008
20 diciembre 2008
...Soliloquio 1..
A veces, una perla se aprecia mucho más si se queda en la ostra que si la vuelves collar...
04 diciembre 2008
Quiero alcanzarte
I
Cuesta tanto trabajo despertar, con la botella al lado después de una tremenda noche de parranda. Los amigos se han ido, los conocidos. Nadie se quedó después del último trago de licor. El imán ha terminado su eficaz atracción. Sólo queda la casa vuelta loca, el estéreo encendido todavía y mi perro debajo de los cojines del sofá que volaron, parece que sigue dormido, por lo menos lo finge y le sale bien.
Al abrir la ventana encuentro un sol tremendo que me rostiza apenas corro las cortinas, y el estar en el quinto piso me rovoca vértigo todavía. Los edificios se elevan incólumes entre las riadas de gente y automóviles, resisten todo, siguen de pie.
Un par de aspirinas y una coca cola fría aliviarán la cefálea, y espero que el baño de agua tibia haga lo mismo con el cansancio. Relajación. Descanso. Muerte. Terror.
II
En ocasiones los techos se acercan a pocos centímetros de uno, quizá tengan ganas de acariciarnos la mejilla, el problema es que son muy grandes y pueden aplastarnos, pero la buena intención sigue reconociéndose. Si aguzo el oído logro escuchar desde la alcoba, unos pasos ligeros que van de la cocina a la sala y se repiten, me causan mucha risa porque me arrullan.
Tu silueta dibujada con labial en la pared sigue allí, no se ha borrado, parece que es una buena contendiente contra el tiempo pues ha soportado a pie firme y hasta ahora no he tenido una sola queja de su parte. Creo que le gusta ese lugar, será porque está frente al espejo: es tu silueta!
Respiro hondo y despacio para que los pulmones se llenen de paz, para que no exploten mis ojos de llorar, para drenarlos poco a poco, mientras el mundo afuera sigue su camino, como una película que se repite en el ciclorama celestial todos los días, una función eterna, casi una condena.
Ya ni siquiera la luna me sorprende. Espera, mi perro no ha comido.
III
Tu silueta dibujada con labial en la pared sigue allí, no se ha borrado, parece que es una buena contendiente contra el tiempo pues ha soportado a pie firme y hasta ahora no he tenido una sola queja de su parte. Creo que le gusta ese lugar, será porque está frente al espejo: es tu silueta!
Respiro hondo y despacio para que los pulmones se llenen de paz, para que no exploten mis ojos de llorar, para drenarlos poco a poco, mientras el mundo afuera sigue su camino, como una película que se repite en el ciclorama celestial todos los días, una función eterna, casi una condena.
Ya ni siquiera la luna me sorprende. Espera, mi perro no ha comido.
III
Busco tus labios con ternura, con pasión pero sin apresurarme, para no matar de golpe los segundos sino avivarlos para que duren más, para que maduren lo suficiente entre los dos. Con un solo movimiento te recibo en mis pupilas, y como por automático encuentran mis manos tu cintura y te abrazan. "Toco tu boca"; -shhh, no digas nada.
Tarareo alguna tonada para que te duermas, y con mis dedos contornear tu boca aprendiéndola otro poquito.
Me acerco a ti con los nervios de un primerizo, y siento tu respiración fugaz en mi nariz. El momento es místico, es el Nirvana amoroso, la consumación de lo escrito. Si estuvieras despierta no sería igual.
Te dibujo en la estrellas un retrato con mis ojos, para que no te me olvides ni en la ocsuridad.
Siento el calor de tus labios en los míos, la sangre que ebulle en tu boca roja, carnosa, un beso sin movimiento, puro. El mero contacto que conforma a mi alma. El deseo tantas veces anhelado ya cumplido. Siento que robo tu voluntad pero no me detengo, es un instante delicioso... El mundo se desvanece.
IV
Tarareo alguna tonada para que te duermas, y con mis dedos contornear tu boca aprendiéndola otro poquito.
Me acerco a ti con los nervios de un primerizo, y siento tu respiración fugaz en mi nariz. El momento es místico, es el Nirvana amoroso, la consumación de lo escrito. Si estuvieras despierta no sería igual.
Te dibujo en la estrellas un retrato con mis ojos, para que no te me olvides ni en la ocsuridad.
Siento el calor de tus labios en los míos, la sangre que ebulle en tu boca roja, carnosa, un beso sin movimiento, puro. El mero contacto que conforma a mi alma. El deseo tantas veces anhelado ya cumplido. Siento que robo tu voluntad pero no me detengo, es un instante delicioso... El mundo se desvanece.
IV
Dicen que yo te maté, eso no es cierto, yo ni siquiera sabía que habías muerto hasta que llegaron a la casa y tiraron la puerta. Me llevaron a la fuerza, sometido por tantos golpes y patadas, sentía correr mi propia sangre, pero no tenía dolor.
Unos dicen que yo te asesiné, que me vieron con tu cadaver en mi casa; pero es que tú no estabas muerta, simplemente estás dormida pero no quieres despertar porque temes enamorarte de mi, siempre has tenido miedo de amarme. No quieres despertar.
Yo no pude matarte porque tu corazón sigue latiendo, tu corazón que es el mío... no puedes estar muerta.
Dicen que estabas azul cuando llegaron por ti, no entienden que tu color siempre ha sido ese, no saben nada, y ya nos han separado... y no me dejan tocar tus labios otra vez.
Unos dicen que yo te asesiné, que me vieron con tu cadaver en mi casa; pero es que tú no estabas muerta, simplemente estás dormida pero no quieres despertar porque temes enamorarte de mi, siempre has tenido miedo de amarme. No quieres despertar.
Yo no pude matarte porque tu corazón sigue latiendo, tu corazón que es el mío... no puedes estar muerta.
Dicen que estabas azul cuando llegaron por ti, no entienden que tu color siempre ha sido ese, no saben nada, y ya nos han separado... y no me dejan tocar tus labios otra vez.
V
Una cuerda en mi mano es el camino más corto para reencontrarte. Cruza sensual por mi cuello, me abraza cada vez más fuerte, cada vez más, cada... vez... más...
Poca memoria
Tan pronto como el viento
tan intempestivo
llegué a tu cuerpo y reventé en tu piel
me deshice en tu cabello
asi fue
Como el sol acaricié tus pensamientos
te bañé con mi ternura
mi cálidez, mi abrazo
te iluminé el camino...
pero llegó la noche
Fuiste roca que tallaba
con mis manos de río
de agua corriente, hasta redondearla
pulirla con cariño y esmero
y rodaste hasta la orilla
Y sólo yo te conozco,
yo fui la casualidad,
el azar, la situación.
Tú eres la eternidad
el paisaje que embellece,
eres Natura,
la solidificaión...
y yo, yo ni un recuerdo soy
tan intempestivo
llegué a tu cuerpo y reventé en tu piel
me deshice en tu cabello
asi fue
Como el sol acaricié tus pensamientos
te bañé con mi ternura
mi cálidez, mi abrazo
te iluminé el camino...
pero llegó la noche
Fuiste roca que tallaba
con mis manos de río
de agua corriente, hasta redondearla
pulirla con cariño y esmero
y rodaste hasta la orilla
Y sólo yo te conozco,
yo fui la casualidad,
el azar, la situación.
Tú eres la eternidad
el paisaje que embellece,
eres Natura,
la solidificaión...
y yo, yo ni un recuerdo soy
Collage
-¿Sabes? creo que ahora ya no tengo miedo.
-No tendrías porque temer después de tantas veces que lo has hecho.
-Quizá, pero todavía de sentía algo inseguro, probablemente sea que es la primera vez que hablo ante tanta gente de mi vida, de mis proyectos, de todo lo que ambiciono y que no sé si lograré hacer. Además, tengo que parecer sereno ante las cámaras y sabes cómo me pongo nervioso cuando siento tu mirada, imagínate saber que del otro lado de ese inerte cristal hay miles, o millones de personas esperando que diga algo inteligente, de esas frases típicas de un escritor, de un intelectual... esos monólogos que parece repiten con alguna variación sintáctica en cada entrevista que les hacen; pero yo no soy así, no puedo ligar más de dos o tres palabras sin detenerme a pensar si lo que digo está bien, moralmente y sintácticamente también. ¿Sabes lo difícil que es tener el vicio de la autocorrección?
Recuerdo que te levantaste por agua a la cocina.
-No seas tan exagerado, eres bueno en lo que haces. A mí siempre me ha gustado. -Decías mientras escuchaba el gorgeo del garrafón al vaciarse.
-Claro, pero tu me quieres, o eso me has dicho siempre -bromeé -Y son distintas las palabras que te digo a ti, porque las digo enamorado, y eso es una buena manera de alcanzar la inspiración.
Seguía con el paquete de hojas blancas en la izquierda y la pluma en la derecha y las miraba como si me encontrara ante un terrible laberinto del que no podía siquiera encontrar la puerta de entrada, mucho menos pensar en salir de ahí. El discurso debía entregarlo por la tarde ante un auditorio lleno según lo que la televisión predisponía: presentar mi nuevo libro.
Jamás entenderé porqué hay que presentar los libros, ¿no es mejor que la gente los conozca por propia voluntad? como hacemos con las personas; además hay que tolerar esas preguntas repetitivas y hartantes de los periodistas "¿qué quiso decir en su libro?", joder, qué no se dan cuenta que lo que quise decir ya lo dije!
...-Así es la cosa mujer, estoy enamorado de ti desde hace algún tiempo pero no sé como lo vasyas a tomar, hay tantas personas que se empeñan en apresurar las cosas, y empiezan a surgir preguntas de tu madre, de tus hermanos, de tu papá y yo no sé qué decirles, porque ni siquiera sabía bien lo que te iba a decir a ti, pero prefiero soltar toso esto que traigo en el pecho antes que se vaya haciendo más y más grande y me haga estallar las costillas. Tal vez haya sido que me escuchas, que me pones atención, tal vez han sido muchas cosas, pero al final resulta que me gustas y que en algún momento te ibas a enterar, mejor que sea hoy y que sea por mi boca.
Te qudaste callada supongo que incrédula por lo que te decía.
-No quiero que esto cambie, somos buenos amigos.
Una manera cortés de tirar una bomba de neutrones para la imaginación.
El teléfono empezó a sonar. Ring, ring, ring
-Bueno... ok... a las 8... perfecto, ahi estaré... claro que sí... de nada.
-¿Quién era?
-Era Alfredo, me dijo lo de la entrevista en el estudio de televisión.
-Te estás volviendo famoso
-Claro que no! Tal vez estoy de moda solamente. Y ni siquiera soy yo sino un libro que ya no es mío.
-No hagas drama y ven a comer.
Corrí a darte un abrazo y un beso.
-¿Qué pasa con las visitas?¿A qué se deben?¿Algún secreto?
Eran demasiadas preguntas y no sabía cuál empezar a contestar.
-Las visitas, pues, han sido más bien pocas y son porque me ha escuchado mucho en estos momentos que necesito una amiga. ¿Secretos? Ninguno, yo la respeto mucho y usted lo ha visto, además nunca podría hacer algo para lastimarla porque usted y su familia me han tratado siempre muy bien. -Las manos me sudaban y sentía la mirada de tu padre clavada en la coronilla.
-Nadamás le recordaré joven, aunque esté de sobra, que se vaya despacio ¿está entendido?
-Claro que sí señor, le prometo que así será.
-Matilde, apúrate que el joven te está esperando desde hace rato!
-¡Mira! ¡mira! ya lo publicaron Tila, ya lo publicaron!
-Felicidades amor, me da mucho gusto.
En silencio, tu padre se acercaba desde atrás de tu sala.
-Espero joven que además de ese pasatiempo tenga intenciones de trabajar.
-Disculpe usted señor, pero esto es fruto de mi trabajo...
-¿Te acuerdas cuánto tiempo tardé para que me dijeras que sí?
-Claro que me acuerdo, por algo tengo las fotos ordenadas en la mesa...
Comencé a escribir en las hojas: "Un déjà vu es más increíble cuando lo vive alguien dedicado a la literatura..."
Me levanté de la sala y me despedí con un beso. Sonreíste igual que la primera vez que descubrí que me gustabas, con la misma intensidad me latió el corazón
-No tendrías porque temer después de tantas veces que lo has hecho.
-Quizá, pero todavía de sentía algo inseguro, probablemente sea que es la primera vez que hablo ante tanta gente de mi vida, de mis proyectos, de todo lo que ambiciono y que no sé si lograré hacer. Además, tengo que parecer sereno ante las cámaras y sabes cómo me pongo nervioso cuando siento tu mirada, imagínate saber que del otro lado de ese inerte cristal hay miles, o millones de personas esperando que diga algo inteligente, de esas frases típicas de un escritor, de un intelectual... esos monólogos que parece repiten con alguna variación sintáctica en cada entrevista que les hacen; pero yo no soy así, no puedo ligar más de dos o tres palabras sin detenerme a pensar si lo que digo está bien, moralmente y sintácticamente también. ¿Sabes lo difícil que es tener el vicio de la autocorrección?
Recuerdo que te levantaste por agua a la cocina.
-No seas tan exagerado, eres bueno en lo que haces. A mí siempre me ha gustado. -Decías mientras escuchaba el gorgeo del garrafón al vaciarse.
-Claro, pero tu me quieres, o eso me has dicho siempre -bromeé -Y son distintas las palabras que te digo a ti, porque las digo enamorado, y eso es una buena manera de alcanzar la inspiración.
Seguía con el paquete de hojas blancas en la izquierda y la pluma en la derecha y las miraba como si me encontrara ante un terrible laberinto del que no podía siquiera encontrar la puerta de entrada, mucho menos pensar en salir de ahí. El discurso debía entregarlo por la tarde ante un auditorio lleno según lo que la televisión predisponía: presentar mi nuevo libro.
Jamás entenderé porqué hay que presentar los libros, ¿no es mejor que la gente los conozca por propia voluntad? como hacemos con las personas; además hay que tolerar esas preguntas repetitivas y hartantes de los periodistas "¿qué quiso decir en su libro?", joder, qué no se dan cuenta que lo que quise decir ya lo dije!
...-Así es la cosa mujer, estoy enamorado de ti desde hace algún tiempo pero no sé como lo vasyas a tomar, hay tantas personas que se empeñan en apresurar las cosas, y empiezan a surgir preguntas de tu madre, de tus hermanos, de tu papá y yo no sé qué decirles, porque ni siquiera sabía bien lo que te iba a decir a ti, pero prefiero soltar toso esto que traigo en el pecho antes que se vaya haciendo más y más grande y me haga estallar las costillas. Tal vez haya sido que me escuchas, que me pones atención, tal vez han sido muchas cosas, pero al final resulta que me gustas y que en algún momento te ibas a enterar, mejor que sea hoy y que sea por mi boca.
Te qudaste callada supongo que incrédula por lo que te decía.
-No quiero que esto cambie, somos buenos amigos.
Una manera cortés de tirar una bomba de neutrones para la imaginación.
El teléfono empezó a sonar. Ring, ring, ring
-Bueno... ok... a las 8... perfecto, ahi estaré... claro que sí... de nada.
-¿Quién era?
-Era Alfredo, me dijo lo de la entrevista en el estudio de televisión.
-Te estás volviendo famoso
-Claro que no! Tal vez estoy de moda solamente. Y ni siquiera soy yo sino un libro que ya no es mío.
-No hagas drama y ven a comer.
Corrí a darte un abrazo y un beso.
-¿Qué pasa con las visitas?¿A qué se deben?¿Algún secreto?
Eran demasiadas preguntas y no sabía cuál empezar a contestar.
-Las visitas, pues, han sido más bien pocas y son porque me ha escuchado mucho en estos momentos que necesito una amiga. ¿Secretos? Ninguno, yo la respeto mucho y usted lo ha visto, además nunca podría hacer algo para lastimarla porque usted y su familia me han tratado siempre muy bien. -Las manos me sudaban y sentía la mirada de tu padre clavada en la coronilla.
-Nadamás le recordaré joven, aunque esté de sobra, que se vaya despacio ¿está entendido?
-Claro que sí señor, le prometo que así será.
-Matilde, apúrate que el joven te está esperando desde hace rato!
-¡Mira! ¡mira! ya lo publicaron Tila, ya lo publicaron!
-Felicidades amor, me da mucho gusto.
En silencio, tu padre se acercaba desde atrás de tu sala.
-Espero joven que además de ese pasatiempo tenga intenciones de trabajar.
-Disculpe usted señor, pero esto es fruto de mi trabajo...
-¿Te acuerdas cuánto tiempo tardé para que me dijeras que sí?
-Claro que me acuerdo, por algo tengo las fotos ordenadas en la mesa...
Comencé a escribir en las hojas: "Un déjà vu es más increíble cuando lo vive alguien dedicado a la literatura..."
Me levanté de la sala y me despedí con un beso. Sonreíste igual que la primera vez que descubrí que me gustabas, con la misma intensidad me latió el corazón
02 diciembre 2008
Intrusos
Hacía apenas un año que nos mudamos, fue dificil porque ya me había acostumbrado a la otra casa que era amplia y espaciosa y ésta es bastante más pequeña, pero fue lo que se pudo conseguir y nos tuvimos que conformar con ello ya que los tiempos no están para permitirse tantos lujos.
Fue en esas condiciones que llegamos a esta vieja casona que parece más bien una posada. Tiene un par de recámaras algo polvorientas porque nadie las había limpiado en años; una pequeña sala colonial que lo único que conserva de su antiguo y exquisito estilo son los descansabrazos tallados en caoba, por lo demás, está tan vieja como la construcción. La cocina es pequeña, apenas hay espacio para una estufa de leña y una tarja más oxidada que tubo de drenaje; hay cachivaches arrumbados en la alacena y en el piso, se puede imaginar que hace muchos años que la actividad cesó en el lugar.
A veces cuando doy vueltas por la casa curioseando, me parece escuchar murmullos, voces guardadas entre las paredes que han estado dormitando y que al menor movimiento se despiertan como en cadena y se escuchan sólo los murmullos, y tengo que cubrirme las orejas porque son tantos que me llegan a aturdir.
Y fue en una de esas excursiones que lo vi la primera vez, estaba pegado en la ventana, trepado en una cubeta intentando liberar el seguro para abrirla, pero su tamaño no se lo permitía: era demasiado pequeño.
Tenia el cabello rubio, por no decir que casi blanco; sus mejillas están sonrosadas y contrastan con esa piel nívea de su cara. Los ojitos son de un verde aguamarina transparente. Luce un vestido azul turqesa con florecillas amaillas; ella no me ha visto, sigue ocupada estirándose al máximo para tratar de abrir el seguro de la ventana. Lo que no logro entender es cómo logró entrar hasta aquí.
Al verla tan entretenida pensé que no sería oportuno interrogarla sobre cómo logró ingresar a la casa, además parecía inofensiva, de cualquier modo no quería asustarla, se veía tan frágil. Salí sin hacer ruído de la habitación; aunque no me preocupara la pequeña, de cualquier manera tenía que avisarle a mis padres que la había encontrado. Quizá por nuestra naturaleza nunca confiamos en los extraños.
Salí al pasillo y caminé muy despacio para no hacer ningún sonido que asustara a la niña que acababa de ver; llegué a la escalera y vi que otro pequeño, algo mayor que la chicuela, abría la puerta de la habitación contigua, parecía tener mucha curiosidad ya que no se demoró en girar la perilla, y cuando ésta se liberó empujó suavemente la puerta como si disfrutara del rechinido clásico de las casas antiguas. Yo me quedé quieto donde estaba, sin atreverme siquiera a respirar, me sentía adherido a la pared pero no dejaba de observar al pequeño que apenas ingresó, cerró la puerta con la misma vehemencia que la había abierto.
Por alguna razón comenzaba a sentirme nervioso, quizá la presencia de un sólo infante no me alteraba pero pensar que dos de ellos estaban dentro me hacía temer que la casa fuera tan fácil de vulnerar y comenzaba a sudar: la frente, el cuello, la espalda.
Llegué a la escalera y bajé el primer peldaño (¿o era el último?, siempe he tenido problemas con la perspectiva), apoyé mi peso con el mayor sigilo posible; bajé el segundo, y el tercero. Tenía todos mis sentidos alerta porque presentía que algo no estaba bien; agucé mis oídos para escuchar todo lo que pudiera sonar extraño, ni siquiera las voces de las paredes me interrumpían; yo seguía bajando los escalones.
Escuché un grito. No era un grito, era un quejido de dolor, era la voz de mi madre. Y luego otro grito más fuerte, pero no conocía ni reconocía esa voz. Mi corazón empezó a latir frenéticamente al sentir que mi madre estaba en peligro, el cuerpo se me paralizó pero tenía que reaccionar. De repente escuché otro grito, esta vez era la voz de mi padre y luego se oía que las cosas caían; el alboroto venía de la cocina. Aferrado a una valentía que nace del terror avancé poco a poco, con un nudo en la garganta hasta que estuve frente a la puerta de la cocina.
Decidido a arremeter contra los agresores entré. La desesperación me atacó en el instante: Mi madre estaba tirada cerca de la tarja, muerta, con los ojos aún mirándome y un hilo de sangre corriéndole por la sien derecha. Al voltear a mi izquierda miré a mi padre, también tirado en el suelo, aún con vida pero agonizaba... ya no le quedaba mucho tiempo de vida.
-Huye, corre de aquí -Fue lo último que me dijo, las palabras últimas que un hijo jamás quiere oír de sus padres.
Yo no quería alejarme de ellos, quería morir allí, como ellos, con ellos, pero una fuerte patada me sacó de mi cuestión filosófica: Una mujer alta, rubia igual que la niña de la habitación, pero con unos ojos grises tristes bramaba blasfemias en contra mía y levantaba una escoba gigante con la que amenazaba golpearme igual que a mis padres.
No tuve tiempo ya de pensarlo más y salí corriendo de ahí, de mi propia casa, todo por una intrusa que llegó a adueñarse de algo que no le pertenecía.
Alcancé a salir por una rendija de la puerta y sentí una ráfaga de aire que movía mi cola...
Eso pasó hace unos meses; un día intenté regresar y me asomé por una ventana: ya habían comprado un gato
Fue en esas condiciones que llegamos a esta vieja casona que parece más bien una posada. Tiene un par de recámaras algo polvorientas porque nadie las había limpiado en años; una pequeña sala colonial que lo único que conserva de su antiguo y exquisito estilo son los descansabrazos tallados en caoba, por lo demás, está tan vieja como la construcción. La cocina es pequeña, apenas hay espacio para una estufa de leña y una tarja más oxidada que tubo de drenaje; hay cachivaches arrumbados en la alacena y en el piso, se puede imaginar que hace muchos años que la actividad cesó en el lugar.
A veces cuando doy vueltas por la casa curioseando, me parece escuchar murmullos, voces guardadas entre las paredes que han estado dormitando y que al menor movimiento se despiertan como en cadena y se escuchan sólo los murmullos, y tengo que cubrirme las orejas porque son tantos que me llegan a aturdir.
Y fue en una de esas excursiones que lo vi la primera vez, estaba pegado en la ventana, trepado en una cubeta intentando liberar el seguro para abrirla, pero su tamaño no se lo permitía: era demasiado pequeño.
Tenia el cabello rubio, por no decir que casi blanco; sus mejillas están sonrosadas y contrastan con esa piel nívea de su cara. Los ojitos son de un verde aguamarina transparente. Luce un vestido azul turqesa con florecillas amaillas; ella no me ha visto, sigue ocupada estirándose al máximo para tratar de abrir el seguro de la ventana. Lo que no logro entender es cómo logró entrar hasta aquí.
Al verla tan entretenida pensé que no sería oportuno interrogarla sobre cómo logró ingresar a la casa, además parecía inofensiva, de cualquier modo no quería asustarla, se veía tan frágil. Salí sin hacer ruído de la habitación; aunque no me preocupara la pequeña, de cualquier manera tenía que avisarle a mis padres que la había encontrado. Quizá por nuestra naturaleza nunca confiamos en los extraños.
Salí al pasillo y caminé muy despacio para no hacer ningún sonido que asustara a la niña que acababa de ver; llegué a la escalera y vi que otro pequeño, algo mayor que la chicuela, abría la puerta de la habitación contigua, parecía tener mucha curiosidad ya que no se demoró en girar la perilla, y cuando ésta se liberó empujó suavemente la puerta como si disfrutara del rechinido clásico de las casas antiguas. Yo me quedé quieto donde estaba, sin atreverme siquiera a respirar, me sentía adherido a la pared pero no dejaba de observar al pequeño que apenas ingresó, cerró la puerta con la misma vehemencia que la había abierto.
Por alguna razón comenzaba a sentirme nervioso, quizá la presencia de un sólo infante no me alteraba pero pensar que dos de ellos estaban dentro me hacía temer que la casa fuera tan fácil de vulnerar y comenzaba a sudar: la frente, el cuello, la espalda.
Llegué a la escalera y bajé el primer peldaño (¿o era el último?, siempe he tenido problemas con la perspectiva), apoyé mi peso con el mayor sigilo posible; bajé el segundo, y el tercero. Tenía todos mis sentidos alerta porque presentía que algo no estaba bien; agucé mis oídos para escuchar todo lo que pudiera sonar extraño, ni siquiera las voces de las paredes me interrumpían; yo seguía bajando los escalones.
Escuché un grito. No era un grito, era un quejido de dolor, era la voz de mi madre. Y luego otro grito más fuerte, pero no conocía ni reconocía esa voz. Mi corazón empezó a latir frenéticamente al sentir que mi madre estaba en peligro, el cuerpo se me paralizó pero tenía que reaccionar. De repente escuché otro grito, esta vez era la voz de mi padre y luego se oía que las cosas caían; el alboroto venía de la cocina. Aferrado a una valentía que nace del terror avancé poco a poco, con un nudo en la garganta hasta que estuve frente a la puerta de la cocina.
Decidido a arremeter contra los agresores entré. La desesperación me atacó en el instante: Mi madre estaba tirada cerca de la tarja, muerta, con los ojos aún mirándome y un hilo de sangre corriéndole por la sien derecha. Al voltear a mi izquierda miré a mi padre, también tirado en el suelo, aún con vida pero agonizaba... ya no le quedaba mucho tiempo de vida.
-Huye, corre de aquí -Fue lo último que me dijo, las palabras últimas que un hijo jamás quiere oír de sus padres.
Yo no quería alejarme de ellos, quería morir allí, como ellos, con ellos, pero una fuerte patada me sacó de mi cuestión filosófica: Una mujer alta, rubia igual que la niña de la habitación, pero con unos ojos grises tristes bramaba blasfemias en contra mía y levantaba una escoba gigante con la que amenazaba golpearme igual que a mis padres.
No tuve tiempo ya de pensarlo más y salí corriendo de ahí, de mi propia casa, todo por una intrusa que llegó a adueñarse de algo que no le pertenecía.
Alcancé a salir por una rendija de la puerta y sentí una ráfaga de aire que movía mi cola...
Eso pasó hace unos meses; un día intenté regresar y me asomé por una ventana: ya habían comprado un gato
Desde la baranda
Quiero verte al final de este camino
junto a mí, con mi mano en tu cabello
juguetear y sacarle los destellos
de la estrella que rige mi destino.
Alborada que robas mi resuello.
Emperatriz fugaz envuelta en lino,
la causa, la razón del desatino
que me llevó a la muerte por el cuello.
Y desde la baranda en que me exhiben
con las manos sujetas a la espalda
yo te grito el amor que me proscriben
con golpes y una lanza que me escalda;
las entrañas fenecidas reciben
las llamas del infierno por tu falda.
junto a mí, con mi mano en tu cabello
juguetear y sacarle los destellos
de la estrella que rige mi destino.
Alborada que robas mi resuello.
Emperatriz fugaz envuelta en lino,
la causa, la razón del desatino
que me llevó a la muerte por el cuello.
Y desde la baranda en que me exhiben
con las manos sujetas a la espalda
yo te grito el amor que me proscriben
con golpes y una lanza que me escalda;
las entrañas fenecidas reciben
las llamas del infierno por tu falda.
01 diciembre 2008
W.W. (without words)
Cómo me es difícil hablar de frente con tu rostro...
Desde que te conozco no he podido dominar el sentimiento de mirarte a los ojos y decirte cualquier cosa, he intentado desviar la mirada, olvidar que eres tú, he tratado de asimilar el tiempo que ha pasado desde aquél primer encuentro, y no logro nada. Sigues siendo una pared interminable que se alza más arriba de donde mis ojos pueden imaginar llevarme.
Pero se supone que fuera fácil, se supone que el simple hecho de estar de este lado de la calle me dejara gritar cualquier cosa, decirlo sin mayor problema, es ese el conflicto precisamente, que no puedo emitir siquiera un leve quejido, y hoy me di cuenta, hoy lo soñe y se me fue el alma del cuerpo porque no entiendo como pasan las cosas tan veloces, y nos dejan como trofeos, sin hacernos siquiera opinantes.
Yo no lo sé de cierto, lo supongo, dice Sabines, que una mujer y un hombre un día se quieren... y qué pasa entonces... se van quedando sólos.
El temor más grande, la soledad, y sin poder hablarle al rostro acusador que se ha clavado en tu cara, y en el de todos los presentes, los ausentes... es el querer hablar cuando se es mudo, cuando no sirven las manos sino para limpiar las lágrimas de desesperación...
Cuando no tengo nada que decir, y no sé si por miedo o por incomprensión...
Quiero hablar con tu rostro y no he podido, díselo tú, por favor...
Desde que te conozco no he podido dominar el sentimiento de mirarte a los ojos y decirte cualquier cosa, he intentado desviar la mirada, olvidar que eres tú, he tratado de asimilar el tiempo que ha pasado desde aquél primer encuentro, y no logro nada. Sigues siendo una pared interminable que se alza más arriba de donde mis ojos pueden imaginar llevarme.
Pero se supone que fuera fácil, se supone que el simple hecho de estar de este lado de la calle me dejara gritar cualquier cosa, decirlo sin mayor problema, es ese el conflicto precisamente, que no puedo emitir siquiera un leve quejido, y hoy me di cuenta, hoy lo soñe y se me fue el alma del cuerpo porque no entiendo como pasan las cosas tan veloces, y nos dejan como trofeos, sin hacernos siquiera opinantes.
Yo no lo sé de cierto, lo supongo, dice Sabines, que una mujer y un hombre un día se quieren... y qué pasa entonces... se van quedando sólos.
El temor más grande, la soledad, y sin poder hablarle al rostro acusador que se ha clavado en tu cara, y en el de todos los presentes, los ausentes... es el querer hablar cuando se es mudo, cuando no sirven las manos sino para limpiar las lágrimas de desesperación...
Cuando no tengo nada que decir, y no sé si por miedo o por incomprensión...
Quiero hablar con tu rostro y no he podido, díselo tú, por favor...
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