20 noviembre 2008

Tu rostro... Tu recuerdo

Salí del bar y ya la noche había caído sobre toda la ciudad, parecía a veces que ese ennegrido cielo se colgaba de los altos edificios que poco a poco poblaron esta capital. Pero ya la noche no es oscura, las luces reclaman un territorio que jamás debió ser suyo y se instalan cual parásitos en estos altos árboles de hierro; yo camino sintiéndome observado por esas lámparas innumerables ladronas de lo más valioso de la noche, el anonimato.

He decidido caminar por hoy, el tráfico se ha hecho cada vez más pesado y ya no tolero igual que antes la conducción de un automóvil; yendo por Madero, al final decido visitar La casa de los azulejos. Por alguna razón siempre me trae un poco de tranquilidad entrar a esa vieja contrucción, y puedo tolerar el centro de consumo en que se ha convertido siempre y cuando unas enchiladas suizas me acompañen.

Me han asignado la mesa del fondo y mientras espero que llegue la cena, como predicto has aparecido inmediata después del relámpago, bendita lluvia que hoy ha traído consigo una belleza casi plástica (debe serlo porque de otra forma me hubiera ya amarrado un cable al cuello y muerto ante la sola idea de no poder tocar tan perfecta anatomía); los truenos caen tirando quizá ángeles como tú de su sitio celestial. El lugar se encuentra atestado, todos ya se han refugiado aquí de la tormenta y no encuentras asiento alguno, yo solo logro posar mi mirada como un ancla en tu cuerpo y tú la guías como el pez al anzuelo de la caña, pero quién es el pez y quién el pescador...

Después tus ojos aguamarina detectan mi presencia y tu pelo mojado delata tu desesperación, te has quedado de pie en frente de mi mesa, la gabardina empapada, tu cabellera escurre igual que el maquillaje y el paraguas desecho por el viento, yo no encuentro qué hacer porque sigo perplejo, no puedo siquiera articular una cortés invitación.

-¿Puedo sentarme-

Tienes la voz más melódica que jamás imaginé; más que un querubín de alguna iglesia, más incluso que la venus que surge de las olas, más que las sirenas, más aún. Apenas alcanzo a dar un sí con la cabeza...

-Muchas gracias-

No puedo reaccionar, supongo que debes tener un efecto neuritóxico porque me siento tremendamente envenenado, torpe, lento... Mi mano derecha se extiende al portafolio que dejé en la silla y en automático extraigo un fólder que había cargado desde mis 9 años, el pulso hace tamblar mi muñeca y tu sonrisa sigue intacta, como una droga tranquilizadora.

Del fólder amarillo desgastado por el tiempo ha caído una hoja también en tono mohoso; al tomarla mi mano sigue temblando, sigo incrédulo...

Tú has abierto tu bolso y extraes una fotografía, sin decir nada tomas mi mano...

-Esque es imposible
-Ya ves que no- respondes tranquila. -pero olvídalo mejor invítame un café.

Un poco perturbado pido otra taza para ti y volteo a la ventana al tiempo que un relámpago ilumina la calle; y en la cornisa de una ventana, un tipo alto vestido en gabardina negra y con sombrero se sonríe con la vista hacia el Eje Central... En la foto de la mesa estaba yo, y en un dibujo que imaginé hace doce años, tu rostro es el que aparece...

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