Vivo con tres mujeres en casa,
la amorosa, la evasiva y la ideal.
La amorosa llega por las tardes,
se asoma en mi ventana y da un par de golpecitos
me sonríe, entra a mi cama y me besa
me toma con sus manos,
y dice suavemente a mi oído
que desea pasar el tiempo que nos resta
mirando las estrellas, bajo las sábanas.
La evasiva aparece más seguido,
viene casi todos los días, me mira y me sonríe
después, lentamente se va,
oculta su mirada en un destello luminoso.
Responde con monosílabos, si me responde,
me dice ―olvida todo ―y terminó la charla.
Me besa con más obligación que gusto,
y ante mis esperanzas de una respuesta tierna
obtengo mil ―tú dime, o un descenso de nubes.
Para hablar de la ideal necesito más tiempo,
me faltan palabras que la describan bien,
o suficiente.
Ella, ella no avisa cuando llega, pues lo hace pocas veces,
de repente sola se aparece, y me toma mal parado.
Arrolla con su paso mis defensas,
mis intentos por acostumbrarme a la evasiva
o de soñar con la amorosa,
ella llega y rompe todo.
Es la que me enamoró, la que mantiene mi fe inquebrantable,
por la que cada día quiero amanecer.
La ideal es la que escondes los domingos,
que me ama sin secretos. La ideal eres tú amor.
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