22 junio 2008

La tarde que conocí a Javier Pasadena

Había sido una tarde calurosa y lo único que deseaba era tomar algo refrescante. Lo vi caminar desde la esquina de Insurgentes y Miguel Ángel de Quevedo: venía con una gabardina beige y un sombrero al estilo Dick Tracy, un pantalón gris y una corbata color vino mal acomodada. Hurgaba en sus bolsillos incesantemente, era un tipo gracioso. Yo lo había observado desde que se levantó de la banca, cada día lo encontraba allí. Se llamaba Javier Pasadena, y era el único dato que tenía sobre él, se contaban infinifdad de cosas como de cualquier persona que no entabla conversación con nadie. Se decia que era policía, que era ladrón, investigador y ya no sé cuántas profesiones se le conocían.

En mis pensamientos estaban todos esos rumores y no pude evitar una sonrisa mientras daba una bocanada a mi puro.

-Tiene fuego.

Me quedé un poco sorprendido al ver que Pasadena traía un paquete de cigarros y un par de coca colas en la mano. Saqué mi Zippo de la bolsa derecha, y encendí su cigarro. Él me dió una de las coca colas y sin decir palabra se sentó a mi lado; los dos fumábamos tranquilos.

-¿Por qué me sigues?- dijo y le dió un sorbo a la lata. Yo sólo seguía mirando al cielo. -Me he dado cuenta que desde hace tiempo pasas por el parque a la hora que acostumbro y te quedas en la farola aquella unos minutos.

-No lo sé- respondí sinceramente- creo que únicamente es la curiosidad que envuelven los rumores que se dicen sobre ti.

-Esas burdas mentiras me dan tanta pena- comentó al tiempo de expulsar volutas de humo -me han inventado tantas vidas e identidades que ya ni sé cuál es más estúpida. Pero debo aceptar que de cada una de ellas tengo un poco.

De pronto se quedó en silencio por unos momentos, y yo entendí que la charla había terminado por ese dia, seguimos fumando uno y otro cigarrillo sin hablar hasta que miré el reloj y descubrí que era casi media noche.

-Es hora de irme- me levanté y no obtuve respuesta alguna, así que comencé el andar hacia San Ángel.

-Espere- volví la mirada y ya venía en la misma dirección- yo también voy para Tizapán.

Caminamos despacio mientras comenzaba una leve lluvia que nos molestaba únicamente porque nos apagaba los cigarros, platicamos de no sé cuántas cosas y en el jardín del arte nos despedimos, con la conciencia de que nos volveríamos a encontrar muchas más veces...

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