03 enero 2013

Escapes I

En franca retirada tras la luenga batalla de la noche, ella volvía los ojos a su espalda, a los rasguños que dejaron marca en esa piel acartonada, curtida por el sol y la desesperanza. Se vislumbró a sí misma revuelta por más noches en sus piernas, en su sexo; recargando su cabeza en esa almohada llena de su aroma, pero ya no de forma clandestina sino más bien consuetudinaria. 
Imaginó las mañanas abrazada contra su pecho, reconfortándose sin preocuparle el tiempo ni las circunstancias; se imaginó, también, un beso delicado en lugar del soso "buenos días". Y lo miraba vestirse sin demasiadas ganas de dejarla, y ella hubiera querido gritarle que no se fuera, que se quedara unos minutos "sólo cinco minutos para descansar los ojos". Pero no se atrevió, y lo vio levantarse y ajustar sus pantalones: siempre de espaldas. 
¿Qué pensaría? ¿Si ella se atreviera, él se hubiera quedado? Ella permaneció bajo las mantas y le tocó la espalda..."perdóname". Él volvió la mirada, con el cabello revuelto. La tomó por cintura y la alzó, desnuda, frente a sí. Con un ósculo indómito selló el silencio que debía mediar en ese instante... al separarse, ella podría jurar que vio aparecer un par de lágrimas. 
Él tomó la camisa, los zapatos... y antes que el sol asomara por oriente, cerró la puerta de la alcoba, dejando su perfume por doquier. Cuánto valor le habría faltado, ¿sería esta su última oportunidad? No sabía si volvería a verlo... se vistió de prisa y corrió a la ventana para detenerlo: imposible, el auto arrancaba furioso con un quemar de llantas rechinantes

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