A la luz, a la penumbra
y al infinito universo:
por las letras de su nombre,
por la cadencia en sus pasos,
por el talle de su cuerpo,
por su cintura, su sexo,
y la humedad en los besos.
Por esos anocheceres,
por los silencios guardados,
por las caricias prohibidas
y esos cuerpos salados;
por sus pupilas de noche,
por su cabello rebelde,
por esa boca que muerde
su cuello, cuando se enciende
todo el erotismo insomne.
Por el caprichoso azar,
por la ciencia y la consciencia,
por el galo Lavoisier,
por el horror de Allan Poe,
por las distancias salvadas,
por los riesgos asumidos,
por el secretismo asceta
de mirarse de reojo:
en perfecta indiferencia.
Por sus labios sugerentes,
por las palabras que calla,
por su sonrisa sincera,
por su desnudez sin mancha,
por su perfecta cadera,
por los suspiros de cama.
Por la historia que les queda.
Por todo lo susodicho,
por todo lo que no sepan,
vaya pues esta plegaria
y venga a nos la respuesta.
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