11 junio 2012

Somnolencias 1

Y fue que desperté, ya por designio, con el sudor rodando por la frente. Estabas tú, te juro mis palabras: estabas. ¿O era acaso que, en el sueño, te inventé? No sé si Maga, si Teresa, si Isolda o si acaso inominada…


Apareció primero tu calor, esa era tu esencia y no había más, sólo la esencia. Conforme despertaba me nacías, el pecado y el cuerpo me llegaron, te fueron, nos dieron la circunstancia cómplice: a ti para nacer, a mí para creerte. Y se vino el agua de la lluvia, entre la oscuridad nocturna y mi abulia… la lluvia te pulía de las formas, los muslos y las piernas, las manos y los labios…

Sopló Eolo suave, con el frío suficiente para acercarme más, al sueño, a tu sueño. La ropa fue lo último en llegarte y se humedeció al instante. El cabello formado hebra por hebra, te rodeaba la cara y elevabas los ojos: me mirabas. Y quise justo entonces que acabara, porque tu pretensión corporeizante derribaba la univocidad de mi deseo: nombrar da la existencia, el verbo es el SUM.

Despierto para dejarte encerrada y no te pienso, ni te nombro… ni te lloro, no siempre. Lo de hoy: despertar con sudor y enternecido, es mera casualidad.

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