tanto como
lo dictan mis latidos,
tanto como
los tantos pensamientos
como tanto
recuerdo tu recuerdo.
Quisiera
separarme, aciago,
y poder
abstraerme de tu nombre,
soportar los
estragos del deseo:
el deseo de
tu cuerpo,
orfebrería
mayor de nuestro tiempo,
que me
aprisiona todo el erotismo
y lo
deglute, voraz, en cada beso.
Si hubiera
la ocasión para el escape
emprendería
el viaje de regreso,
porque el
miedo también es pasajero
y me deja porqués
en el viejo
maletero.
Pero luego
tu voz
y tu sonrisa
y tu negro
cabello,
catarata
sedosa y descarriada,
y los ojos
profundos, sin secretos.
Pero también
tu cuello
y el espacio
que curva, tan sensual,
los lindes de tu espalda.
Además la
cadera que bate al menor ritmo,
además lo
que sueño,
además lo
que omito.
Quisiera no
desearte tanto,
no mirar
desde lejos, tanto tiempo,
no vedar mis
esfuerzos de acercarte
y volver
tras mis pasos.
Quizás si
fuese sólo de ese modo
las
coincidencias no nos comerían,
y no
perturbarían las costumbres
que se han
delimitado de hace tanto.
Pero ante
mi deseo de evitarte,
de pronto
nos cruzamos las miradas:
los dos
silencios,
no fueron
necesarias las palabras
pero
entendimos, pues,
que hay
cosas que se callan.