30 noviembre 2012

Imposibilidad I



Quisiera no cantarte tanto,
tanto como lo dictan mis latidos,
tanto como los tantos pensamientos
como tanto recuerdo tu recuerdo.

Quisiera separarme, aciago,
y poder abstraerme de tu nombre,
soportar los estragos del deseo:
el deseo de tu cuerpo,
orfebrería mayor de nuestro tiempo,
que me aprisiona todo el erotismo
y lo deglute, voraz, en cada beso.

Si hubiera la ocasión para el escape
emprendería el viaje de regreso,
porque el miedo también es pasajero
y me deja porqués
en el viejo maletero.

Pero luego tu voz
y tu sonrisa
y tu negro cabello,
catarata sedosa y descarriada,
y los ojos profundos, sin secretos.
Pero también tu cuello
y el espacio que curva, tan sensual,
los lindes de tu espalda.
Además la cadera que bate al menor ritmo,
además lo que sueño,
además lo que omito.

Quisiera no desearte tanto,
no mirar desde lejos, tanto tiempo,
no vedar mis esfuerzos de acercarte
y volver tras mis pasos.

Quizás si fuese sólo de ese modo
las coincidencias no nos comerían,
y no perturbarían las costumbres
que se han delimitado de hace tanto.

Pero ante mi deseo de evitarte,
de pronto nos cruzamos las miradas:
los dos silencios,
no fueron necesarias las palabras
pero entendimos, pues,
que hay cosas que se callan.

17 noviembre 2012

Hubo una historia oculta...


Me encontré esto de hace varios ayeres...


Hubo una historia oculta,
soterrada al paso de los años,
de las apariencias que debieron guardarse,
de los silencios trocados en sonrisas:
hubo una historia doble
que sólo dos supieron.

Luego de la distancia que pactaron
se miraban detrás de las paredes,
ocultándose en los recovecos,
y fingieron demencia,
también indiferencia
y creían en el fin, mas no en los medios.

Por obligarse en ataduras vanas
se encarcelaban en la cruel costumbre,
con la fe de que el amor perdona
sin excepciones… ¡Oh la inocencia!
¡Oh la ignorancia!

Los ojos suyos se encontraban siempre,
se sonreían sin ápice notorio
y se besaban casi a contrabando,
en sus nocturnos y esporádicos encuentros.
Pero se amaban tan apasionadamente
que poco interesaba la frecuencia,
vivían por la intensidad.

Era el momento,
acaso el calor se sus mozuelos cuerpos,
era ese palpitar de corazones,
eran todos sus silencios,
eran sus charlas guturales,
eran, en fin, la suma de promesas.

Hubo una vez aquella historia oculta,
de aquellos dos que amaron sin dudarlo,
que se besaban adentro de los sueños
y dentro de ellos, también, se amaban
con ritmo frenético.

09 noviembre 2012

Ellos, los mismos.

Ella lo miró con harto detenimiento, quería rememorarlo así al cabo de los años; fijarlo en la memoria de este modo, como fotografía, daguerrotipo.

Él sólo se ocupaba en acariciarle el cabello rebelde y húmedo, después de la ducha. Sonreía por el placer de que las circunstancias de los dos pudieran coincidir así.

Extenuados, felices, excitados, sensuales, amantes, somnolientos, pícaros y a la espera de que todo futuro, cuando menos, fuese igual de completo que este presente que tanto atesoraban.

El silencio los unía en una compleja conversación de las miradas... cada vez más profunda. Sentían en los labios las palpitaciones y se les engrosaban para invitar al beso, que ninguno resistió. Un beso perfecto que inició con sólo el roce, el contacto.

Luego fue un abrir y cerrar de bocas con suavidad pasmosa, ella primero, que envolvía la de él como un capullo sobre la oruga; él que la tomaba por la cara y la acercaba hacia sí en un jugueteo de fuerza y delicadez. Un leve mordisco; la humedad propia de las lenguas; las respiraciones agitadas y los brazos encaramándose a las espaldas del otro en una batalla por agotar el aire entre los dos; besándose con profusión y el deseo venido de las prohibiciones que otrora los frenaron. Besarse como si la vida se les fuera en ello.

El beso fue un orgasmo dador de vida que pactó, mejor que las palabras, la historia de esas vidas... unas que no tuvieron nombre alguno y que, también por eso, resultan majestuosamente valiosas.

Ellos, los mismos, se amaron una vida en ese instante.