Vaya con las trivialidades que podemos ver en los noticieros de televisión, aunque hay que admitir que en ocasiones tienen puntadas que valen la pena y para muestra basta un botón.
Ayer por la noche encendí el televisor para calmar la decepción de una fiesta cancelada y la completa ausencia de un plan de respaldo. Tomé el control y comencé a cambiar de canal hasta detenerme en el canal cuarenta en el informativo a cargo de Hannia Novell.
Entre las noticias que ya se han hecho costumbre, terrible por cierto, como los asesinatos cotidianos que suceden en provincia o la compra de un departamento en Polanco a nombre del presidente nacional del PAN y que causó salpullido en varios sectores del Legislativo mexicano. Pero la nota que me dio para escribir esto fue algo que, me parece, debía haberse tocado ya hace tiempo.
El reportaje denunciaba la sencillez, rayana en la mediocridad e ineptitud, con que en la ciudad de México se consigue una licencia de conducir. Los requisitos (por si no los saben queridos lectores, o están en vías de tramitar la suya) son: una identificación oficial, un comprobante de domicilio y hacer el pago de los derechos, mismo que, según sé, asciende a $480. Cubiertos los requerimientos, se acude a cualquier módulo de la Tesorería y en poco tiempo se posee tan preciado documento. Entonces el sistema sí funciona ¿no? pues, ¿no nos quejamos siempre de la “tramitología”?
Pero recordemos que no siempre lo fácil es lo mejor y lo digo yo, amigos, que trato de lograr el mejor resultado con el mínimo esfuerzo. En esta ciudad no se le exige al aspirante a obtener la licencia ni un mínimo de conocimientos del reglamento de tránsito, menos se le hace un examen teórico ni práctico sobre sus habilidades al volante: la técnica de los retrovisores, manejo en reversa, estacionarse, en fin, aunque jamás hayas conducido un vehículo puedes obtener el documento. Tal vez comencemos a explicarnos, sabido el dato, la estadística de 22,000 accidentes viales en el Distrito Federal cada año.
De sobra saben que no soy particularmente respetuoso de las reglas, pero si hay una actividad que disfruto enormemente es conducir y me da rabia que la gran mayoría de las veces que lo hago, me doy cuenta de la imbecilidad de muchos automovilistas. Es decir, basta recordar a las “señoras con camioneta”, ¿quién no ha tenido un disgusto con ellas? Si no van con celular en mano, van maquillándose o buscando algo debajo del asiento.
En el reportaje, para regresar al punto, un funcionario de la Secretaría de Transporte y Vialidad mencionaba que no se exigen mayores requisitos porque “se actúa basados en la confianza al ciudadano, no como en otros países que es mucho más difícil”, y encima lo dice con una sonrisa que denota orgullo por su espíritu libertario.
Mi tolerancia a la estupidez es baja, muy baja y esa manera de pensar me hizo vomitar al instante. ¿Ese imbécil no ha visto que en los países retrógradas, imperialistas, capitalistas, burgueses donde se exigen mayores méritos para obtener el documento, los accidentes y las vialidades son mejores? Es una cuestión meramente lógica: si hubiera que demostrar talento, habilidad y conocimiento (lo cual pienso que es el único camino a tener una existencia que valga la pena) en ese tema habría varias consecuencias. Primero, los estúpidos o bien se desanimarían y optarían por el transporte público, o lo intentarías pero serían rechazados. Ello devendría en una reducción del tránsito por la sencilla razón de que no habría tantos carros circulando.
Y perdónenme si alguien se siente ofendido cuando digo que muchos automovilistas son estúpidos, pero es la verdad. ¿Ejemplos? Sobran.
Los hay que no entienden que el verde de los semáforos significa “avanzar” y el rojo “detenerse”. Otros, se hubieran ahorrado unos pesos si piden su auto sin luces direccionales porque tampoco saben para qué sirven (cambiar de carril e indicar rebase). Unos más no entienden que las vías rápidas se llaman así porque el tránsito es constante, fluido, sin detenerse. En fin, uno podría quedarse en la esquina más cercana y ver el flujo vehicular para darme la razón.
Incluso uno puede notar cuando alguien maneja un automóvil con transmisión manual y no sabe hacer los cambios y ah! me da coraje, si no saben ¡que no manejen!
Alguno podrá decirme, “ellos también tienen derecho” y entonces yo lo vería con ojos así ¬¬ y pensaría que él o ella es uno de los que les ocurre lo de los cambios.
Yo estaría dispuesto a poner en juego mi licencia y mi prestigio en un examen para ver si la puedo conservar o me la revocan. Creo que la cultura vial cambiaría, habría más civismo, respeto al peatón y a otros transportes como bicicletas o motocicletas.
Por supuesto eso también debería aplicar a los transportistas, públicos y privados. Y lo digo porque la “raza de bronce” a veces se conforma simplemente con esgrimir la queja general y apuntar los cánceres que devoran el cuerpo de la nación pero nadie está dispuesto a admitir que también se es parte del problema.
En fin, creo que las vialidades se beneficiarían enormemente si este procedimiento se siguiera, pero no se deben buscar “buenos conductores” o “conductores responsables”, no, yo creo que se deben formar conductores sobre todo “hábiles e inteligentes” porque aquello que debe amputarse de los que manejan, no son los celulares o los alimentos, es la estupidez que se propaga más rápido que gripe aviar.
Pero, por supuesto, eso es una utopía y jamás se verá realizada, mucho menos en aras del año profético para los mayas y quizá también para nosotros, el 2012. Por tanto, buen lector, puedes olvidar este texto y pasarlo solo como una anécdota digna del Libro de los datos inútiles de Algarabía. Mientras yo seguiré disfrutando enormemente el conducir y haré gigantes corajes por los otros que no se mueven al ritmo que las vialidades y el solo sentido común, imponen.
Y si la curiosidad les ataca, manejo desde los trece años y mi licencia es permanente.
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