Mis queridos lectores, esta vez haré un breve recuento por las mentes que dolorosamente nos han dejado en este año olvidable del 2010. No es tanto que el dolor surja de su partida sino de la conciencia global de saber que las mentes privilegiadas se han convertido, con el correr de los años, en una especie en peligro de extinción. Por eso duele su elevación al mundo de lo inmaterial, porque sus pensamientos eran como un remanso dentro de la epidemia de estupidización que se come al mundo, un mundo tecnocentrista donde vale más lo que vistes que lo que analizas...
Por ello es que merece la pena recordarlos, porque su legado es inmaterial, pero es lo mejor que pudieron dar al mundo: conocimiento, crítica, análisis, poesía, todo lo minusvalorado hoy en día pero que sigue haciendo la diferencia.
Vaya pues que este trágico año se termine para no darle oportunidad que se siga llevando mentes tan necesarias de este lado de la existencia.
José Saramago
Carlos Monsiváis
Carlos Montemayor
Enrique Cárdenas de la Peña
Antonio Alatorre
Alí Chumacero
...mis veintisiete caracteres con que debo escribir cada vez que las manos se desatan...
27 octubre 2010
12 octubre 2010
DE los "asquitos" del gobernador de Jalisco
De nuevo, queridos lectores, me encanta el surrealismo que Dalí había ya mencionado respecto de nuestro país. Suceden las cosas más extrañas, algunas incluso, podrían pasar como argumentos ficcionarios de alguna novela o cuento escrito por Faulkner o Kafka, pero sólo en este universo, en esta tierra, cobran realidad.
Y el ejemplo no tuvo que aparecer tras una búsqueda exhaustiva de campo. Apareció inesperado e intempestivo, como todo lo que hace mella en la memoria. Viernes por la noche y en televisión, en “Informativo 40” escuché la nota de la “terrible homofobia del gobernador de Jalisco” y lo peor, se había atrevido a decirlo en un foro público, vaya la indignidad que eso causa en la conciencia moderna y libertaria de todos los mexicanos ¿no?
Perdonen la ironía amigos míos pero no puedo dejar de reírme de las reacciones que surgen al escuchar algo así. Y no empezaré a catalogar qué está bien y qué mal, simplemente trataré de poner las cosas en su justo punto.
Dice un chiste de bar, que la homosexualidad en un principio fue denostada, reprimida, luego fue tolerada, ahora es aceptada y hasta aplaudida pero lo preocupante es que con esa evolución, en poco tiempo vaya a ser obligatoria. A qué quiero llegar, lo iré explicando de a poco en las siguientes líneas mis estimados lectores, pero podría resumirse de esta forma: creo que la homofobia no es una cualidad que deba respetarse, mucho menos cuando esta conlleva la violencia como una respuesta. De la misma forma, creo que la homosexualidad es una opción de vida, dignísima como las otras que pueda haber, no obstante, creo que al formar parte de una nómina de opciones, no debiera resaltar con afanes propagandísticos.
Si bien por un lado considero que el odio no debe ser una manera de actuar en cuanto nos confrontamos con algo diferente de lo que hemos considerado y se nos ha enseñado que es lo normal, también creo que sería utópico pensar que con el solo conocimiento se debe esperar una adaptación e integración inmediata de esa novedad al correr de la vida. A qué me refiero, bien, creo que si durante generaciones se ha establecido (cosa con la que, por cierto, estoy totalmente de acuerdo) que la normalidad es la relación macho-hembra, y se ve en gran parte de los especímenes mayores, es evidente que se tratará de establecer tal premisa y será lo socialmente aceptado puesto que es dicha relación la que permite la reproducción.
Por otro lado, hay activistas que pregonan que, dado que el cerebro humano es el más desarrollado, debe tener la capacidad de romper las limitaciones meramente instintivas y aceptar, casi por obligación las relaciones de tipo homosexual. Tal aseveración me parece ridícula porque, como en la didáctica, aunque un ejemplo se plantee en una muestra homogénea, todo practicante sabe que jamás tendrá ese grupo homogéneo y que un niño no reaccionará igual que otro puesto que la individuación cerebral lo establece así. Es lo mismo para este tipo de cuestiones, estos activistas se olvidan que las novedades llevan tiempo para ser aceptadas y además, aunque piensen que el hombre per se está obligado a superar lo instintivo, esa parte no se puede borrar porque está en la genética desde años y años y una cosa es poder dominar esa parte y otra muy distinta es querer cambiar el modo de organización cerebral que tanto tiempo ha tomado lograr.
Ello lo menciono porque el gobernador jaliciense tuvo la mala suerte y, aceptémoslo, la mala puntada de decir que le daba “asquito” el matrimonio homosexual porque aún estaba hecho a la “antigüita” y sucedió lo evidente, cada comunicador se le ha ido a la yugular en aras de una apertura de mente que se empecinan en obligar, porque esa es la palabra.
Pensémoslo un momento, ¿no es igualmente represiva la actitud de estos pseudo defensores de la equidad y los derechos universales para con aquellos que tienen ideas distintas? Porque así es como está sucediendo. Al parecer, en un principio se cobijaba esta nueva realidad bajo la protección de la ley, para guardarlos de violencias y ataques físicos o psicológicos, sin embargo, de unos años para acá, parece que esa protección que como ciudadanos merecen, se convierte en un privilegio y se les cuida muchísimo más que a otros sectores de la sociedad y ante ello sí muestro mi rotunda oposición. Porque se les acepta sus diferencias contra lo socialmente aceptado y establecido, pero tampoco creo que deba ser promovido ni elevado a una especie de martirologio.
Entonces, ¿qué es lo realmente justo? No quiero que se interprete que un servidor profesa una fobia casada contra quienes tienen preferencias sexuales enfocadas al mismo sexo, es cierto y jamás lo he negado, que no profeso ni un ápice de comprensión o agrado, pero igualmente cierto es que no trato de menospreciarlos ni pretendo que sean una aversión. De hecho tengo un par de amigos con tales gustos y confieso que, por lo menos dos de ellos, son de las personas que más admiro, mas no quiero que empiecen con interpretaciones: no los aprecio por su condición homosexual aunada a la intelectual sino que primero va su inteligencia para mí. Todos lo saben, a lo único que tengo fobia es a la gente idiota.
No quiero evangelizar a nadie, finalmente como un proverbio popular reza “caras vemos, entrepiernas no sabemos”. Cada quien puede hacer de su vida lo que desee y me que ese debiera ser el principio reinante. Así como unos alzan la voz para defender el orgullo gay y la igualdad legal en la empresa matrimonial, no veo porque no puede haber otros que no les parezca un modo adecuado de vivir, finalmente el derecho de uno termina donde comienza el de otros y eso es de un lado y de otro. Si nos atañemos sencillamente a lo que claman los reformistas de este nuevo grupo sexual, me parece contradictoria su postura pues si se solicita venia para no ya la tolerancia sino la aceptación entonces también deberán ellos aceptar que no a toda la gente le debe gustar su modus vivendi pues es parte de este monstruo llamado sociedad.
Así que para las comunicadoras que tachan de homofóbico al gobernador del estado de Jalisco por un comentario que, además de sincero, fue espontáneo, creo que bien les haría falta pensar qué es lo que quieren: escuchar lo que creen correcto o aceptar que la mentalidad de cada uno es distinta. La homofobia la entiendo como el ataque directo al grupo en cuestión y creo que el susodicho no hizo más que expresar su visión de vida, una visión que estoy seguro, muchos, en el fondo, compartimos. No es posible que una de las pocas veces que un político se expresa con sinceridad se le vaya el medio encima.
Queremos aceptación, comencemos por aceptar entonces que siempre habrá quien tenga ideas contrarias a las nuestras y no es obligación de nadie mentir para quedar bien con los demás, ni siquiera de los gobernantes, mucho menos de ellos. Se aceptan los grupos, pero no quiere decir que se esté de acuerdo con ellos, recordémoslo antes de esgrimir una opinión que moverá masas. Lo de Jalisco n fue nada para crucificar, sencillamente fue un comentario sobre el que se ha puesto más énfasis del que realmente merece.
Sobre las licencias de conducir en el DF
Vaya con las trivialidades que podemos ver en los noticieros de televisión, aunque hay que admitir que en ocasiones tienen puntadas que valen la pena y para muestra basta un botón.
Ayer por la noche encendí el televisor para calmar la decepción de una fiesta cancelada y la completa ausencia de un plan de respaldo. Tomé el control y comencé a cambiar de canal hasta detenerme en el canal cuarenta en el informativo a cargo de Hannia Novell.
Entre las noticias que ya se han hecho costumbre, terrible por cierto, como los asesinatos cotidianos que suceden en provincia o la compra de un departamento en Polanco a nombre del presidente nacional del PAN y que causó salpullido en varios sectores del Legislativo mexicano. Pero la nota que me dio para escribir esto fue algo que, me parece, debía haberse tocado ya hace tiempo.
El reportaje denunciaba la sencillez, rayana en la mediocridad e ineptitud, con que en la ciudad de México se consigue una licencia de conducir. Los requisitos (por si no los saben queridos lectores, o están en vías de tramitar la suya) son: una identificación oficial, un comprobante de domicilio y hacer el pago de los derechos, mismo que, según sé, asciende a $480. Cubiertos los requerimientos, se acude a cualquier módulo de la Tesorería y en poco tiempo se posee tan preciado documento. Entonces el sistema sí funciona ¿no? pues, ¿no nos quejamos siempre de la “tramitología”?
Pero recordemos que no siempre lo fácil es lo mejor y lo digo yo, amigos, que trato de lograr el mejor resultado con el mínimo esfuerzo. En esta ciudad no se le exige al aspirante a obtener la licencia ni un mínimo de conocimientos del reglamento de tránsito, menos se le hace un examen teórico ni práctico sobre sus habilidades al volante: la técnica de los retrovisores, manejo en reversa, estacionarse, en fin, aunque jamás hayas conducido un vehículo puedes obtener el documento. Tal vez comencemos a explicarnos, sabido el dato, la estadística de 22,000 accidentes viales en el Distrito Federal cada año.
De sobra saben que no soy particularmente respetuoso de las reglas, pero si hay una actividad que disfruto enormemente es conducir y me da rabia que la gran mayoría de las veces que lo hago, me doy cuenta de la imbecilidad de muchos automovilistas. Es decir, basta recordar a las “señoras con camioneta”, ¿quién no ha tenido un disgusto con ellas? Si no van con celular en mano, van maquillándose o buscando algo debajo del asiento.
En el reportaje, para regresar al punto, un funcionario de la Secretaría de Transporte y Vialidad mencionaba que no se exigen mayores requisitos porque “se actúa basados en la confianza al ciudadano, no como en otros países que es mucho más difícil”, y encima lo dice con una sonrisa que denota orgullo por su espíritu libertario.
Mi tolerancia a la estupidez es baja, muy baja y esa manera de pensar me hizo vomitar al instante. ¿Ese imbécil no ha visto que en los países retrógradas, imperialistas, capitalistas, burgueses donde se exigen mayores méritos para obtener el documento, los accidentes y las vialidades son mejores? Es una cuestión meramente lógica: si hubiera que demostrar talento, habilidad y conocimiento (lo cual pienso que es el único camino a tener una existencia que valga la pena) en ese tema habría varias consecuencias. Primero, los estúpidos o bien se desanimarían y optarían por el transporte público, o lo intentarías pero serían rechazados. Ello devendría en una reducción del tránsito por la sencilla razón de que no habría tantos carros circulando.
Y perdónenme si alguien se siente ofendido cuando digo que muchos automovilistas son estúpidos, pero es la verdad. ¿Ejemplos? Sobran.
Los hay que no entienden que el verde de los semáforos significa “avanzar” y el rojo “detenerse”. Otros, se hubieran ahorrado unos pesos si piden su auto sin luces direccionales porque tampoco saben para qué sirven (cambiar de carril e indicar rebase). Unos más no entienden que las vías rápidas se llaman así porque el tránsito es constante, fluido, sin detenerse. En fin, uno podría quedarse en la esquina más cercana y ver el flujo vehicular para darme la razón.
Incluso uno puede notar cuando alguien maneja un automóvil con transmisión manual y no sabe hacer los cambios y ah! me da coraje, si no saben ¡que no manejen!
Alguno podrá decirme, “ellos también tienen derecho” y entonces yo lo vería con ojos así ¬¬ y pensaría que él o ella es uno de los que les ocurre lo de los cambios.
Yo estaría dispuesto a poner en juego mi licencia y mi prestigio en un examen para ver si la puedo conservar o me la revocan. Creo que la cultura vial cambiaría, habría más civismo, respeto al peatón y a otros transportes como bicicletas o motocicletas.
Por supuesto eso también debería aplicar a los transportistas, públicos y privados. Y lo digo porque la “raza de bronce” a veces se conforma simplemente con esgrimir la queja general y apuntar los cánceres que devoran el cuerpo de la nación pero nadie está dispuesto a admitir que también se es parte del problema.
En fin, creo que las vialidades se beneficiarían enormemente si este procedimiento se siguiera, pero no se deben buscar “buenos conductores” o “conductores responsables”, no, yo creo que se deben formar conductores sobre todo “hábiles e inteligentes” porque aquello que debe amputarse de los que manejan, no son los celulares o los alimentos, es la estupidez que se propaga más rápido que gripe aviar.
Pero, por supuesto, eso es una utopía y jamás se verá realizada, mucho menos en aras del año profético para los mayas y quizá también para nosotros, el 2012. Por tanto, buen lector, puedes olvidar este texto y pasarlo solo como una anécdota digna del Libro de los datos inútiles de Algarabía. Mientras yo seguiré disfrutando enormemente el conducir y haré gigantes corajes por los otros que no se mueven al ritmo que las vialidades y el solo sentido común, imponen.
Y si la curiosidad les ataca, manejo desde los trece años y mi licencia es permanente.
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