Había una vez un maharajá en Eschnapur que amaba con locura a una bailarina del templo y tenía un amigo llegado de lejanas tierras, pero la bailarina y el extranjero se amaban y huyeron, y el corazón del maharajá albergó tanto odio como había albergado amor, y entonces persiguió a los amantes por selvas y desiertos, los acosó de sed, los hizo adentrarse en el reino de las víboras venenosas, de los tigres sanguinarios, de las mortíferas arañas, y en el fondo de su dolorido corazón el maharajá juró matarlos porque ellos lo habían traicionado dos veces, en su amor y en su amistad, y por ello mandó llamar al constructor y le dijo que debía erigir en el más bello lugar de Eschnap una tumba grande y fastuosa para la mujer que él había amado. . .
Y entonces el constructor dijo: "Señor, siento que la mujer que amáis haya muerto", pero el maharajá preguntó: "¿Quién dice que ha muerto? ¿Quién dice que la amo?", y el constructor se turbo y dijo: "Señor, creí que la tumba sería un monumento a un gran amor", y entonces contestó el maharajá: "No te equivoques: la tumba la construye ahora mi odio. Pero cuando pasen muchos años, tantos años que esta historia será olvidada, y mi nombre, y el de ella, la tumba quedará sólo como un monumento que un hombre mandó construir en memoria de un gran amor.
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